La novela se desarrolla en el año 1984, en un Londres integrado en un inmenso estado colectivista: Oceanía, con un gobierno totalitario y socialista en donde la libertad de expresión no existe. El Partido que controla la sociedad está formado, en parte, por la policía de Pensamiento, encargada de vigilar a todos los habitantes de Oceanía en todo momento y castigar o condenar aquellos que tengan pensamientos o actos revolucionarios. Las telepantallas son el medio por el cual se observan a los ciudadanos y se les ordena qué hacer y qué no. Estas telepantallas están situadas en todos los rincones de la nación, dentro de los hogares, en los lugares de trabajo y en las calles. El Gran hermano aparece en todas partes: en carteles, en billetes, monedas, en los discursos de las telepantallas, estatuas, etcétera (el mismo culto a la personalidad de Kim Jong-un o Stalin). Su rostro representa al gobierno, al Partido, y es el hombre a quien todos los ciudadanos deben amar.
El partido en sí, se basa en la idea conocida como doblepensar, la habilidad de cambiar de idea para adaptarlas a las del Partido. Por ejemplo, una hoja blanca puede ser negra si el Partido dice que es negra, y los ciudadanos deben adquirir la habilidad mental necesaria para convencerse a sí mismos de cuándo una hoja blanca es negra. La capacidad del doblepensar se manifiesta en los cuatro ministerios que forman el gobierno, todos ellos siendo auténticas paradojas: el Ministerio de la Verdad, que se encarga de manipular los documentos históricos y la mente de los ciudadanos; el Ministerio de la Abundancia, que gestiona los cada vez más escasos recursos alimenticios; el Ministerio de la Paz, que es el que moviliza tropas en la guerra; y el Ministerio del Amor, encargado de castigar física y mentalmente a la población que vaya en contra del Partido.
Además de todo esto el Partido posee la neolengua o Ingsoc (inglés socialista), un lenguaje artificial (que destruye, con cada edición del diccionario, palabras y estructuras gramaticales) que intenta simplificar y limitar los pensamientos de sus ciudadanos así como su capacidad de revolución, es fomentar una alienación desde la misma función que organiza la realidad. La libertad se ve limitada, no por coacción o «recortes de censura», sino por falta de pensamientos, por pura incapacidad para poder designar un contenido a una idea. La memoria, la identidad y la realidad se reconstruyen a partir de esta manipulación lingüística. Si no entendemos el significado de revolución, ¿cómo comenzamos una?
El Partido también tiene establecida la abstinencia sexual para todo ciudadano, el sexo por placer está totalmente prohibido. Sin intimidad, sin libertad de expresión, sin amor, ¿qué les queda a los ciudadanos? Lo único que les queda es odiar. Por eso, para que ese odio no caiga en contra del Partido, a diario se celebran los Dos Minutos de Odio. Todo este odio se deposita contra Emmanuel Goldstein, el gran enemigo de Oceanía, del Partido y del Gran Hermano. Es fácil ver en todo esto las similitudes con el totalitarismo “comunista” que había en la URSS: Goldstein sería Trotsky, la persecución al trotskismo inspira los Dos Minutos de Odio, ambos tienen apellidos judíos, e incluso la descripción física coincide. Pero no debemos encorsetar la crítica de Orwell al socialismo estalinista: la denuncia de 1984 puede ser extrapolado a cualquier otro sistema político.
A lo largo de la novela también te preguntas por qué el Partido no tiene contenta a la gente, dando la ración de chocolate que merecen, o las cuchillas de afeitar que necesiten. La explicación es sencilla: porque la pobreza, los edificios al borde del derrumbe, la falta de luz son medios que abocan el cuerpo a la alienación. El estado continuo de crispación y tensión por la guerra hace el resto.
A lo largo de la novela también te preguntas por qué el Partido no tiene contenta a la gente, dando la ración de chocolate que merecen, o las cuchillas de afeitar que necesiten. La explicación es sencilla: porque la pobreza, los edificios al borde del derrumbe, la falta de luz son medios que abocan el cuerpo a la alienación. El estado continuo de crispación y tensión por la guerra hace el resto.
El libro es una maravilla que te hace reflexionar y alarma con los sutiles paralelismos de la sociedad actual. El lema del Partido de Gran Hermano dice: La guerra es la paz, la ignorancia es la fuerza, la libertad es la esclavitud. A consecuencia del miedo que la guerra origina en los ciudadanos, estos se pueden controlar más fácilmente. La ignorancia de los ciudadanos es la fuerza porque de este modo, somos más débiles para los gobiernos, más manipulables. Y finalmente, la libertad es algo deseado por todos, pero, ¿hasta qué punto lo somos, en esta mal llamada democracia? ¿Hay cámaras de seguridad vigilando las calles, existe el Gran Hermano como poder fáctico omnipresente en la economía de los países (Troika)?, ¿Cuántas guerras hay en el mundo actualmente, qué ha sucedido cuando un país ha querido revelarse ante el statu quo impuesto desde fuera(Grecia, Argentina, Chile)? ¿Es aleatorio el fomento de la atomización de los individuos en ciudades superpobladas, en centros comerciales que constituyen verdaderas fábricas de consumidores amoldados (literalmente) a los productos que se ofertan? Cuidado con los matices distópicos, porque cualquier observador imparcial podría indicar que la propaganda en omnipresente, se deforma el lenguaje a conveniencia (la posverdad es igual que el doblepensar), se fabrica la realidad desde el poder, sobre todo con la manipulación y degradación de la Educación, y la intimidad de las personas se encuentra totalmente expuesta gracias a la venta de los datos de nuestras redes sociales.
Comparto también la película para que podáis verla, muy recomendable, y parte de una entrevista:
Da miedo lo que tenían de proféticas las distopías de la primera mitad del siglo pasado, ésta, junto con "Un mundo feliz" y "Farenheit" me impactaron muchísimo, claro que lo que leí hace casi cuarenta años se me ha olvidado pero no así la sensación de angustia vital.
ResponderEliminarSí, las tres son una maravilla. En un principio mi plan era releerme Un Mundo Feliz, 1984 y Rebelión en la granja (con sus respectivas reseñas), pero lo estoy disfrutando tanto que quizás añada Fahrenheit 451, porque está claro que también merece la pena. Además, me ha sucedido una cosa curiosa, al releer 1984 (cosa que te aconsejo que hagas) me he sorprendido porque leía capítulos como si fueran totalmente nuevos, después de tantos años me había olvidado de medio libro xD Resulta un poco frustrante, pero te hace disfrutarlo más. Y sobre todo ahora, con más bagaje cultural, no lo lees como con una simple sátira al estalinismo, sino que comprendes con cierta alarma que los sutiles controles totalitarios sobre la población están ahora más en boga que nunca; algo comento en la parte final de mi reseña, pero es inquietante la correlación entre el doble pensar y la posverdad que utilizan nuestros políticos.
EliminarUn abrazo 😉