Si quieres triunfar como escritor las habilidades sociales son tan importantes como el talento literario. Si no sabes moverte, conocer a la gente adecuada –y no me refiero solo a editores, sino también a ese escritor de “éxito” que se anime a escribirte un prólogo-, ir a recitales de poesía, recorrerte la geografía nacional, y publicitarte en todas las redes sociales hasta que el spam sea tu segundo nombre, etcétera, no conseguirás nada, porque si nadie te lee nadie descubre tu obra. De hecho, analizando el mercado editorial actual, se puede afirmar que es preferible tener contactos/seguidores que talento. El talento está sobrevalorado. Da la sensación de que antes no era así, que hace unas dedadas te podías permitir ser un misántropo porque lo importante, la exigencia, era tu obra, no saturar el mercado con mierda fácil de masticar. Pero desviando un poco el tema, me gustaría hablar sobre tres o cuatro escritores famosos que aparte de talento destacaban por ser tremendamente antisociales.
Salinger, escribió “El guardián entre el centeno” libro que a pesar de haber vendido más de sesenta millones de ejemplares me parece uno de los más sobrevalorado que existen. Lo publicó en 1951, al año siguiente se retira a vivir aislado al campo. Unos meses después había levantado una valla enorme alrededor de toda su propiedad para impedir que le vieran. Permaneció así, sin publicar –presuntamente escribiendo sin parar, sus herederos van a ser ricos-, y viviendo de los royalties durante casi cincuenta años. Durante todo ese tiempo, aparte de una entrevista por teléfono se comportó como un misántropo ejemplar. Totalmente aislado del mundo exterior.
Emily Dickinson. 1930-1986. De su infancia y juventud no se sabe casi nada. Es considerada como una de las poetas estadounidense más importante, pero a pesar de que sus amigos y familiares le instaban a publicar, ella siempre se negó a hacerlo. En 1861, cuando apenas había alcanzado la treintena, empezó a reducir sus salidas, a limitar las visitas en casa y a vestir solamente de blanco. Pocos meses después, ya nadie la vio. Su extraña fobia a los demás y a salir de casa la llevó a recluirse en su habitación los últimos quince años de su vida. Al funeral de su padre asistió sin salir de su propia habitación y los pocos visitantes que tenía se veían obligados a hablarle a través de la puerta. Después de su muerte su hermana descubrió en su habitación más de cuarenta volúmenes encuadernados, ochocientos poemas, la mayoría recogían versos de amor, ¿su progresiva reclusión fue debida a un amor imposible o quizás a una enfermedad mental?
“En mi dedo tenía una sortija.
La brisa entre los árboles erraba.
El día estaba azul, cálido, bello.
Y me quedé dormida sobre la suave hierba.
Al despertar miré sobresaltada
Mi mano pura en aquella tarde clara.
La sortija entre mis dedos ya no estaba.
Cuanto poseo ahora en este mundo
Es sólo un recuerdo de color dorado.”
La vida social de Marcel Proust era normal, incluso intensa. Pero tras la muerte de sus padres, sobre todo tras la de su madre en 1905, su frágil salud se deterioró en demasía a causa del asma y de la depresión por la pérdida materna. Permaneció recluido durante quince años –hasta su muerte por neumonía en noviembre de 1922- en el 102 del Boulevard Haussmann en París, donde hizo cubrir las paredes de corcho para aislarse de ruidos y dedicarse sin ser molestado a su obra maestra, “En busca del tiempo perdido”. Vivía exclusivamente de noche, tomando café en grandes cantidades y casi sin comer, sin cesar nunca de escribir y de practicar sobre su texto interminables correcciones, supresiones y añadidos de papeles que Celeste – su criada- se encargaba de pegar en las páginas correspondientes, que podían alcanzar, en consecuencia, considerables extensiones.
Thomas Pynchon. Ni siquiera se sabe dónde vive. Cuando ganó un premio por su novela “El arco iris de gravedad” envió a otra persona a recogerlo. No hay entrevistas, apenas se conocen más de cinco fotografías suyas de cuando era joven, ha evitado a los periodistas cuarenta años y es conocido por sus múltiples protestas a CNN y otras cadenas de televisión por violar su privacidad. Como curiosidad cabe destacar su participación en la serie de Los Simpson: un dibujo animado con una bolsa de papel tapándole la cabeza a la que da voz; un capricho puntual: al parecer su hijo es un gran fan de la serie.
Cormac McCarthy. El gregario solitario. Siempre ha evitado escrupulosamente la prensa, las entrevistas y cualquier tipo de publicidad. El hecho más significativo es que nunca participa en la promoción de sus libros.
Aparte de ese aspecto, también existen otros motivos: la famosa por su Premio Nobel de Literatura, Elfriede Jelinek, es agorafóbica. Y Laura Hillenbrand padece el síndrome de fatiga crónica.
Repetiré unas palabras que dijo Salinger durante la única entrevista que concedió durante su enclaustramiento, es un buen final: "Hay una paz maravillosa en no publicar. Es pacífico. Tranquilo. Publicar es una invasión terrible de mi privacidad. Me gusta escribir. Amo escribir. Pero escribo solo para mí mismo y para mi propio placer."
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