1
Escucha, tengo algo
importante que decirte: tienes que entender que la sociedad capitalista que te
rodea es más importante que tú. Ella calcula tu valor y lo hace con solemne
exactitud. Te nutre. Te permite existir desde un sentido práctico y
unidireccional. Acepta, conviértete en lo que ella exija, su dado anacrónico dictamina
tu valor y tienes que creértelo. Todos te dirán lo mismo, desde el jardín de
infancia hasta la oficina alienante. Deja que te señale el camino correcto, la autopista
de pensamiento mass media donde nunca te sentirás solo y te reirás por las cosas
adecuadas. Ten paciencia, siempre hay treguas, regalos, malformaciones de tu
singularidad que te darán la suficiente paz para que puedas seguir
interpretando tu papel con estoica convicción. Siempre podrás decir que el
sacrificio fue inevitable, que es una ventaja carecer de pasión, pura
supervivencia. A fin de cuentas ahora eres una nómina, una cuenta bancaria, una
factura con intereses. Alguien responsable que siempre da la respuesta
correcta, la respuesta que te han enseñado a dar. Aunque en tu fuero interno,
muy de vez en cuando, te des cuenta que nunca nadie, ni siquiera tú mismo, se
ha atrevido a hacer las preguntas adecuadas. Eso sería un problema. Una broma
de mal gusto. Así somos felices. Muy felices.
A veces incluso demasiado.
2
Juego a que la música
restañe el presente fijando la palabra con neones de fraude; quizás dentro de
la palabra agujero encuentre la
palabra relámpago. Juego a
columpiarme en un nadir cubierto de servilletas manchadas de amor blanco. Juego
a intentar destilar lo eterno de esta embrutecedora soledad. Juego a encontrar
versos perfectos que dedicar a una musa analfabeta a la que le gusta hacer la
calle para poder contarme todos los detalles sórdidos.
El vaso simbólico en la
mano, entre lo cómico y lo fútil, consiguiendo huir de la ecuación común, de la
muerte antes de la muerte, protegiendo una piel muy fina repleta de toques de
queda. Por eso, antes de que el grito se transforme en bostezo, te bajo las
bragas buscando el destello lírico que producen dos manchas de carne. Quiero
sentir el calor de tus flujos acicalando mis cojones, dibujar con mi lengua un
mar entre tus muslos, buscar mi Ítaca en tu orilla acristalada.
El amor verdadero deja
huellas en la piel, marcas en las muñecas. Y aquí estamos los dos, viviendo una
realidad que se deshace como flecos quemados de neurosis, con un síndrome de
Tourette provisional que provoca mordiscos a ras de hueso, sonidos guturales y
puntos de ruptura. Tu coño teñido de azul, muerto y acribillado por la cadencia
de mis golpes de cadera. Dentro y fuera, hundiéndome una y otra vez en su
asfixia erótica, esparciendo mis cenizas en este pozo de nostalgia que me deglute
y me desgarra. Hay un talento torpe en todo esto, una inercia sin escrúpulos
que nos empuja hasta el estertor final.
Me desplomo en tu regazo
mientras pequeños fragmentos de memoria genética son decapitados bajo la
risotada química. Roncos sueños sin magia me devoran al mirar al océano de tus
ojos. Siento que hemos fallado en lo más importante. Te apiadas de mí, amartillas tu arma y el olor a pólvora –adicta a la sangre- inunda con vehemencia la
habitación.