Usas mis caricias como
abono para tu invierno de amor paralizado
Las metáforas que nacen en
el altar de tu carne ganan a la Muerte al ajedrez
Te
follaría sin mi disfraz de hombre hasta que la luna cantase tu nombre prohibido y nieve las en heridas transformasen de se cieno
Habítame despacio...
Aplaca todos mis leones
destemplados
Y llena mi boca con tu menstruación homicida
Trázame la ruta hacía tus
piernas abiertas
Soy una
ciudad olvidada
bajo el mar
cuya única
compañía
es la sombra ebria
de un faro
acenagado
por
el vaivén
de tu cintura
Y
ellos me
enseñan
a
Hablo besar
Con las Los cenizas
Pájaros como Del si Crematorio fueran el disfraz
secreto
del
viento
69 mensajes
de amor gritan que eres un bosque de precipicios que nadie puede entender
(Fabularte)
Hada de absenta que
enloquece a las rosas
Yo soy un columpio en
el árbol del ahorcado
Una mosca enamorada de la
araña
Que envía trozos de su
cerebro envueltos en papel de regalo
Aunque
tú
nunca
tengas
hambre
Mis dedos se quedan
afónicos De soñar con el rocío ensortijado de tu coño
Tu saliva es parto
inconcluso de espejismo
Quisiera beber de tu pelo
y mudarme a tu boca
(Poemarte)
La que confirma mis contornos con
la
La que medica mis erratas tiza
con blanca
Déjame una de
rezarte sonrisa su
muy de clítoris
bajito tormenta invencible
Tú Que te ríes de las
mujeres de puntos suspensivos Porque eres asterisco, puente y túnel Tú
Que eres pueblo fantasma y parque de atracciones
Tú
Que eres religión y anatema
Fosa común y bofetada sin motivo
Tú
Tan eterna e imposible
Tan maldita
Tan absoluta...
El poema Si tú
muere impenitente no llamas de hambre. a mi puerta.
Me levanto con una plegaria entre las piernas. Pero sólo quiero
convertirme en árbol de metáfora lisiada. Salpicar la niebla con el cuchillo.
Pero ya no tengo dedos. Solo tumbas obscenas que ríen y ríen. Cojo la botella.
Me espera un día cruel y quiero
anestesiarme. Leo a Sarco Lange. Él es un dios. Yo soy una hormiga. Quémame con
tus letras. Líbrame de este insomnio anorgásmico. Descose mis párpados con tu
poesía.
Elijo una camisa de fuerza de color azul. Maquillo mi alma barata con
vino barato. A fin de cuentas el grito siempre es interior. Como la resaca.
Algo que supura por tus sentidos y te hace sufrir. Un beso enjaulado y muerto
de hambre.
Pero incluso el dolor es inocuo y estéril. Kerouac y Cassidy
conduciendo durante décadas en nuestro imaginario particular. Pero sin llegar a
ningún sitio real. La emoción. Qué difícil es conseguir la emoción. Dejarse llevar por ella.
Plasmarla en el papel. Subí a esa montaña y sólo encontré pájaros muertos
cubiertos por un chal de nieve. Y una madre llorando su aborto. Y me sentí como
ese niño no-nato, mortaja de carne de la cual no podía prescindir.
Subo el volumen de la música. Las palabras se vuelven más insidiosas
por la falta de concentración. Alzo la botella. Engullo su bilis. Retuerzo el
cuervo en mi garganta. Hay un verbo escondido en mi mano derecha. Me creo muy
viril. Pero sólo soy un necio con la polla blanda. Incapaz ya de correrme. Por
eso intento convertir el párrafo en el bukkake más atroz.
Pero, ¿por qué no
consigo franquear ese espacio entre mis dedos y la nada? Mis te quieros
caminan descalzos por un suelo plagado de semáforos en rojo y cristales rotos,
¿dónde está mi silla de ruedas? Podría escribir que éramos un milagro de lo
obvio orquestado sobre una cama demasiado enferma para conspirar en nuestra
contra. Un pedazo de mundo haciendo malabares en su caída. Besos de arena. Un
manto de rosas negras que enaltecía el amor con su ejército de sombras
imposibles.
Es la una y media de la tarde. He fracasado intentado agasajar tu piel
con el poema. Un poema que hiede a sexo de orfeón cotidiano. Estoy borracho,
¿escuchas ese sonido? Son pedazos de mi cerebro cayendo sobre la moqueta.
Los recuerdos, como la
lluvia, se agolpan en un lado de mi cerebro. Llevo varios días trabajando en
exceso. Ya me siento como un esclavo al salir de casa. Sólo me queda enloquecer
un poco más, porque la opción de masturbar al capitalismo en esa mezcla de
odio-amor que se ve en los centros comerciales es imposible debido a mi paupérrima
nómina. Y a esa idea idiota de seguir viviendo solo.
Además, ahora España da
una buena coartada para los fracasados como yo. Somos precarios. Resignados. Somos
el parque de atracciones de Europa. Un país turístico. Da igual si tienes
carrera o cinco idiomas, eres un hámster buscando su porción de queso. Sobrevive.
Confórmate con pagar tus facturas. Ya hay idearios que a fuerza de repetir se
convierten en profecías y verdades inapelables. Primero fue: “vivimos por encima
de nuestras posibilidades”. Ahora hemos cambiado a: “vamos a ser la primera
generación que vivirá peor que sus padres”. Y en este escenario cruel los
fracasados no se sienten mal por haber desperdiciado su vida sin ambición en el
quietismo más vergonzoso. El asco se paga con la sugestión viral de que otra
vida es imposible. La frustración es una halitosis que sólo sufren los que
están más cerca de ti. Ni siquiera puedes dejar un bonito cadáver.
Sólo quedan
las paredes acolchadas de la página en blanco. Pero nada fluye.
Me bajo los pantalones y
empiezo a masturbarme con ira, con desdén hacia mi propio cuerpo. Me subo al
escenario de tu sexo. Sin embargo no veo nada. Solo esa tragedia endémica del
futuro. Me veo suplicando que no huyas. Que ames mi locura. Aunque no puedas. Ni
debas. Naufrago de tus pechos. Lamo la humedad de tus ruinas. Porque el amor a
veces es masoquismo. Y la fusta despliega sus destellos de riesgo con fuerza en
tu culo. En tu espalda. Las ventanas de mis vecinos se iluminan por tus
gemidos. Déjame desahogarme con tu cuerpo. Buscar sentido en tu carne. Bajar al
sótano y buscar una horca de palabras que apague el incendio de este mantra
desesperado. ¿Qué sueñan tus pezones? Dímelo. Compláceme. No cierres tus ojos. No
seas un témpano de hielo azul. Quiero eyacular azar sobre ti. Quiero follarme
tu esperanza.
El semen me salpica con su
herida blanca. Una pequeña anestesia. Cojo el último poema escrito a mano,
pongo el tabaco, el hachís, y preparo el ataúd lisérgico de papel. Dos caladas.
Miro por la ventana y todo parece medrar en un orden soportable. A veces
anhelamos el poema de amor, ese maldito y hambriento precipicio. Como si
fuéramos cuervos con vocación de mariposas. Discutiendo a gritos entre dos
orgasmos antes de reventarnos contra el pavimento de la realidad. Por eso: mata
al verso, escupe al poema, viola la poesía. Ahoga el desierto tullido que nace
entre mis piernas con la humedad de tu coño impávido. Tengo sed. Sed de vino, hachís
y vodka. Pero sólo tú puedes saciarme. Seamos dioses de madera reverenciados en
una liturgia donde ateos y pirómanos bailen una orgía de carne, sangre y fuego.
Seamos amanecer y muerte. Y después, cuando nada importe, que el mar nos sirva
de mortaja.
Todos estamos atrapados,
como un columpio al viento. Metro de Madrid. Observo a un chico joven, está leyendo
Rayuela, lectura lineal. Se cansa, mira hacia delante y me ve. Mantiene la
mirada. Sonríe al ver que tengo el mismo libro. Alguien se pone en medio. Se
levanta y se acerca. Tiene un aire tímido. Desaliñado. Parece que va a decirme
algo pero justo en ese momento anuncian la parada de Sol. Me da la espalda y se
acerca a una de las puertas. Sale sin mirarme. Mejor. No quiero llenar mi vida
con otra historia de puntos suspensivos. No existen las serendipias. Soy una
mujer que pasa los fines de semana escuchando viejos discos con una copa de
vino en la mano. Nunca han existido destellos de riesgo en mis relaciones, ni
esa plenitud del amor romántico que leo en las novelas, nadie ha llegado a
tatuarse –metafóricamente hablando-, mi nombre. La ternura acorazada de unos labios
muy finos no puede competir con la falta de voluptuosidad. O tal vez mis ojos
marrones asusten porque destilan demasiada melancolía, una desesperanza
aceptada.
A veces nos atenazan
impulsos extraños. Sueñas algo que permanece durante horas en tu memoria, o es
una canción, una película, un olor lo que de alguna manera despierta la
pulsión, esa insana curiosidad por saber de otra persona, por descifrar el paso
del tiempo. Pero la resolución es inmediatez. Y nuestro tiempo no nos pertenece
del todo. O peor aún: haces esa llamada y el número no existe. Ni siquiera
sucede algo digno de mención. Ya no me dejo llevar por ese tipo de impulsos. Hace
un año habría bajado con ese chico en su parada y le habría abordado. Sutiles
cambios que mutilan.
Seis paradas de metro.
Diez minutos más andando. Por fin llego a casa. Es miércoles y ya me siento
agotada. Madrid es una trampa mortal. Me descalzo y enciendo el ordenador. Es
una casa pequeña. Sin ruidos ajenos ni mascota. Con olor a cena y amor
recalentado. El amor. Joder. Estoy obsesionada. Pero es tan injusto, ¿dónde
está mi masaje en los pies, mi cena con velas, mi lugar en el sillón donde acunar
mi conciencia junto a él, la manta y una película mala? Ni siquiera necesito
fanfarria. Sólo un poco de pasión, ver mi lencería roja en el suelo alguna vez.
Miro al poster de la pared –Ash en la película “Evil Dead 3”-, uno de los pocos
recuerdos que me permito conservar de mi primera pareja. Me río al leer la frase
en rotulador rojo: “Dame tu cariño, nena”.
Carlos era un capullo, un gilipollas, pero no puedo negar su buen gusto. Su
particular cosmovisión ecléctica. Cuando alguno de los dos llegaba jodido del
trabajo, despotricando, siempre teníamos un tiempo tácito para el desahogo. Pero
cuando se superaba y el mal humor se empezaba a pagar en el lugar equivocado,
el otro señalaba el póster. Se hacía el silencio y empezábamos de nuevo. Nos
esforzábamos en reírnos y hablar de otros temas. Éramos buenos compartimentando.
De aquella relación sólo queda una carpeta con fotos, dos pósters, diez cartas
y dos regalos de cumpleaños. Y algún buen polvo. Hubo bastantes perfect day.
Es más de lo que pueden decir otros.
Ceno frugalmente y me
pongo a leer blogs. No hay nada interesante: la experiencia se ha agotado.
Llevo semanas sin masturbarme, no sé por qué. Quizás sea un gatillazo mental. Un
atisbo de depresión asomando el horizonte. He quedado con un amigo el domingo. Para
cenar y follar. No hay nada especial en ello. Pero me deja siempre una molesta
sensación de vacío. Debería de anularlo. Pero sé que no lo haré.
Debería de ir a un
psicólogo. Pero conozco su discurso: mi vida es mi responsabilidad. Tengo que
enfocarme en mí misma y no volcar todos mis anhelos en una relación. Mejorar
otros aspectos como el laboral. Estudiar un idioma. Conocer más gente. Respondería
que apenas tengo energía para hacer lo básico: trabajar, ir a comprar, mantener
un mínimo de salubridad en mi casa, etcétera. Que el problema es que follo
poco. Ella me diría que todos tenemos las mismas obligaciones, que tengo que luchar
por mi felicidad y no dejarme llevar por el quietismo de la autocompasión. Que tengo
que ser más ambiciosa. Y yo terminaría gimoteando más excusas o me quedaría
callada mirando al suelo durante el resto de la sesión. Así dos veces por
semana. A sesenta euros por sesión. Maravilloso.
Tengo correos nuevos. Es
curioso como puedes llegar a exponerte con tanta facilidad ante un desconocido.
Hay cierto masoquismo morboso, por idealista, en el coqueteo subyacente. Aunque
ellos son mucho más simples. La mayoría usa una artificiosa pose romántica de
poeta de vertedero, para luego, una vez pasado un tiempo prudencial, insistir
en vernos en persona para aprovechar esa afinidad tan brutal e inédita. Claro.
Luego los otros: el hombre sin sentimientos al que han hecho mucho daño y que
ya no es capaz de enamorarse. Utilizando la indiferencia simpática, el reto,
como si aún fuéramos adolescentes. Cumplí treinta años hace un par de meses, el
baile de cortejo debería de haber evolucionado un poco. O quizás no. Da igual, caigamos
en la comedia, aunque sólo sea por simple desahogo. Contesto al mail:
Estar
enamorado es una enfermedad disociativa. Una obsesión. Un virus. Una droga cuya
desintoxicación es la pura y dolorosa mutilación. Nunca antes había sentido
celos, nunca había montado una escena ni había perdido los papeles en ningún momento.
Ahora, cada vez que pienso que está follándose a otra, me sube un odio enfermizo
por la garganta. Odio hacia una mujer que ni siquiera conozco, pero que ocupa
un lugar que no merece porque es mío. La destrozaría con mis propias manos por
disponer de su tiempo, disfrutar de las caricias de su polla, de su orgasmo, de
sus palabras, su voz, su risa…
Lo peor son las ganas de llorar, sí, de esas que te encogen el alma
como arcilla mojada. Y es ridículo reconocerlo, ya han pasado cuatro meses desde
la ruptura, pero es así. El tiempo es el padre de la verdad. Inventar,
idealizar, aislar, adoctrinar, domesticar, abducir, no sé qué es el amor, sólo
sé que tengo ganas de anestesiarme brutalmente, ganas de él, ganas de dar la
vuelta a mi vida como si fuera un bolsillo del revés, ganas de meterme en la
cama y no levantarme nunca más. Y no se lo merece. Nadie. Pero es lo que
siento. Y también asco. Asco por no estar a la altura, por ese rechazo que es
un lastre sempiterno.
No existen excusas que me hagan observar el muñón de su ausencia con
optimismo, es una prueba, estúpida pero sincera, de mi desahucio sentimental. Veo
a alguien en el metro que se le parece y me sobrecoge la angustia, la
inseguridad, el estupor. Atontada, incapaz de seguir adelante, prefiero huir
hacía mi agujero y seguir cavando. Borro y borro, pero él permanece, ¿cuánto
tiempo más? Ya es suficiente. Necesito enamorarme de mi soledad. Buscar la
reasignación emocional en manos de cualquiera que sepa llenar mi bancarrota de
finalidad y además tenga olor a elipsis.
Podrías aducir que sólo hablo del desamor, pero es una cuestión de
perspectiva: la idiosincrasia del concepto lo abarca todo, aquí el contenido y
el continente son lo mismo. En cualquier caso ya no tengo ganas de continuar.
Seguimos en contacto. Un beso.
Pierdo el tiempo, me
sorprendería cualquier atisbo de respuesta inteligente. Me mandará su foto
acompañada de un par de halagos vacíos, y sí está muy seguro de si mismo me
reprochará de forma condescendiente que sea tan romántica. Ninguna respuesta
real. Flores para los cerdos. Desgraciadamente para él lo que me pone cachonda
es la inteligencia, el sentido del humor.
El decadente ha
actualizado su blog. Me turba uno de sus párrafos:
Leer no
sirve de nada ante el recuerdo de su coño, esa flor que cae y aplasta con su
incendio la mente. Sucumbir a la cleptomanía ninfómana de tu boca siempre me
pareció la forma más espectacular de equivocarse. La vida empieza a resultar
una sucesión de soliloquios con un te quiero al principio y un no te
quiero al final. Como si la gente hubiera guardado su corazón en una
caja de zapatos viejos. Tú eras saliva de exilio. Mi brote esquizoide. El poema
sodomizado por tus besos en morse. Intenté recordarme entre los pliegues de tus
bragas indomables. Mi polla esparcía su cáliz de serpiente herida y tú
preguntaste: “¿Dónde está tu dignidad? Y te respondí: “Allí, junto al ejercito
invencible de tus tacones” Ya no me dejaste volver a violar tu espalda desnuda
y comenzó el homicidio infinito de mis noches.
El poema siempre es un manicomio. Si
fueras una diosa yo sería el único ateo que llevaría rosas a tu iglesia. Y
temblaría de lejos.
Hemos hablado varías veces
por teléfono. Aunque vive en Madrid no se ha mostrado ansioso por conocerme. Me
gusta su voz. Tiene morbo. A pesar de esa decadencia trasnochada tan vehemente
está enamorado de la idea del amor. Supongo que huye de si mismo, por eso vive
al día, sin planes. Me gusta su risa. Su respiración al otro lado del teléfono.
No se lo he dicho, pero a veces me pone cachonda. Me siento tentada de vernos
en persona. Pero no quiero salvar a nadie. No pido demasiado: ser feliz y que
me follen bien. ¿Qué clase de mujer puede sentirse atraída por semejantes
textos? ¿Una depresiva tarada? Las personas normales quieren hombres
divertidos, alegres, con perspectiva de futuro, planes, acción. Quieren
esplendor, no decadencia. Al menos al principio, luego todos nos vamos conformando
con la verdad
Da igual, a fin de cuentas
son entelequias en la oscuridad. Me voy a acostar, mañana tengo que madrugar. La
vida es un bar de blancas paredes acolchadas donde cualquiera puede convertirse
en isla. En ruido. En la órbita cementerio de una sonrisa torcida. O incluso en
Arte.
Escribir es caminar en
círculos dentro de uno mismo, acosado por esas preguntas que a veces llevan a
una botella y otras a la soga en la viga. Mi sangre gime, hogueras agolpándose
en los túneles vacíos de mi corazón itifálico. Leonard Cohen canta su visión
del mundo. La gente se convierte en flores siempre demasiado tarde. Prefiero
tentar el presente, agitar los cadáveres de frases inconclusas, vender mi ego a
tu coño único e inmortal. Escribir es el lirismo boxeando contra el nihilismo y la locura que
nos entumecen. Quiero follarte. Destruirme por completo en tu infección.
Desvalijar tu cuerpo. Inmolarme en tu boca. Convertir todas las noches en
parpadeos sin memoria. Poseerte con dureza hasta secar todo el horror y el
cansancio que ese ruido llamado vida ha dejado en mí. Por eso ven, tiende un
puente de saliva entre mi polla y tus labios. Todo es magnifico cuando hay
alcohol y malas decisiones.
Escribir es verbalizar
nuestro caos, convertir nuestra cárcel en hogar. Te regalo mis grietas sin
condiciones. Las cicatrices tienen que ser en las rodillas para que parezca
amor. Tu sexo es un invasor analfabeto que juega al escondite con mis sentimientos
mientras exige cartas de amor. El himen literario se maquilla con tinta de
jadeos, fricción y pornografía romántica. El tiempo se yergue sobre nuestro
teatro de lascivia, sobre el olor a silencio desafinado que dejan nuestros
besos. El orgasmo es carne saturada de pensamiento. Un ensayo de la muerte. Una
diosa atea llamada tristeza que nos dedica un sueño y posee la más hermosa de
tus sonrisas.
Escribir es hablar el
idioma de los aeropuertos. Hay sabiduría en mis cojones sobresaliendo por el
agujero de mi alma ronca. Hay algo atrayente en este presente de guillotina
donde empapo tus recuerdos con gasolina antes de encender el último cigarro. La
autodestrucción es un negocio donde los accionistas compran palabras que riman
con tu nombre. El reloj, con sus clases de esgrima, grita que el amor es
ridículo porque no puede durar, y el sexo más todavía porque no dura lo
suficiente.
Escribir es un deseo
inconcluso de trascendencia, es la sutil coartada del loco que siente como el
mundo sigue cojeando bajo sus pies. Desarropo todos tus abrazos. Pinto corazones
deformes en las postales. Exijo lavados de estómago para vaciarme de tus besos,
tus te quieros, tus para siempres. Escribo sin condón buscando esa puta de
tinta que se siente sobre mi cara y me ahogue en su amor hasta convulsionar. Mordisqueo
un poco mi cerebro y te lo doy en un beso con lengua que sabe a lluvia y
despedida.
Escribir es intentar olvidar las caricias de amor perplejo que se agotan dentro de mis dedos. Ya sólo somos un par
de latidos desordenados.
Cuerpos jadeando tras las
persianas. Entrañables adictos que esnifan su falta de fe. Ángeles sin alas
-espaldas ensangrentadas- se mueven en sillas de ruedas e insisten en brindar
conmigo. Las mujeres, seres infinitos, caminando por los tejados de mi memoria. Nos comportamos como si el infierno de una mosca no fuera igual que el nuestro:
algo trivial, vulgar, anónimo. Peniques en los ojos. Mientras todos tienen
prisa por morir de inanición espiritual mi mente estalla en llamas, las
serpientes reptan por el suelo y el teléfono sigue sonando desde un número
equivocado. Súbete el vestido. Pervierte mis sentidos. Sigo buscando palabras
que te humedezcan. El escalofrío en tu espalda. La música nunca es inocente,
pero la melodía de tus tacones es el lugar más acogedor que conozco.
Laberintos emocionales que
llenan la boca y despellejan rodillas. El poeta apuesta todo por ser una flor
destripada a solas con los dioses, por la poesía que huele a sudor y sexo. El
poeta vende rosas bajo la lluvia. Dibuja con tu caro perfume francés bosquejos
de putas y locos predestinados con los labios desollados de amar hasta el
suicidio. Por eso te advierto que mudarte a mis huecos no es poseerme. Todos
necesitamos algo trascendente e imposible, no basta una necesidad física
desubicada. No quiero arrojar una moneda, como si diera una calada de sangre,
desde una cornisa de soledad con hálito de meretriz. No uses mis poemas para
limpiarte el semen de la cara. Ya sé que tus ojos tienen forma de barrotes y
pelusas de sangre. Pero tienes que decidir si eres hada de absenta o esfinge
sin secretos. La luna muestra su guadaña, sonrisa del coyote, ¿somos dos
charcos unidos por una hojarasca de sentimientos o epifanías desde el
psiquiátrico?
Tu desnudez es un espejismo
de inocencia para mis manos, cuyo horizonte de felicidad azul se extiende a un
beso de distancia. Tu coño es la antítesis de la muerte, aunque la vida se
deslice luego por tus piernas. A fin de cuentas el filo del cuchillo sabe mucho
de poesía para quienes les gusta acariciar los grilletes de su cicatriz antes
de acostarse. Quizás por eso los poetas tienen algo de locura, saturados de
realidad por su excesiva sensibilidad, son incapaces de aceptarla sin echarse a
llorar o a reír sin control.
Mis manos adictas a
ensoñar el poema dibujan palabras que nunca besaron, y al leerlas tus ojos les otorgan
identidad y redención. La mejilla seca de una flor que encuentras entre unas
cartas de amor llenas de polvo. Sonrisas llenas de imperfección debajo del edredón.
Como tragarse trozos de bombilla que te iluminan garganta abajo y te hacen
recordar. El poema es una muerte enamorada que se salta todos los semáforos en
verde mientras la persigue una ambulancia con sirena de orgasmo. El poema es el
juguete roto de unos niños que ya se han hecho mayores. Es el momento de gloria
del loco. Un chupete con forma de garfio. Rimbaud escribiendo entre ajenjo y
hachís. Tu cuerpo, de placer habitado, donde el tiempo pierde el equilibrio
mirando los fuegos artificiales de tu lencería.
El amor es tener mi vida
tirada en el suelo alimentando a las palomas, y que tu falda airada sea la
respuesta a todas las preguntas de mi soledad.
Es convertir los quizás en
nosotros, los después en ahora, los casi en un para siempre con bono vitalicio de orgasmos.
Es saberte chica Cortázar,
esa que ahuyenta los cuervos de la tarde gritando que echar de menos es
renunciar al presente. Y tú eso no, nunca.
Es mirarte a escondidas mientras
te ríes del calendario, que cures mi dolor despeinado con un simple desliz de
lencería roja.
Es bajarte las bragas,
sentir que las heridas se cierran cuando tus piernas se abren, que hacerte el
amor es un deporte de riesgo.
Es una resaca eterna de tu
cuerpo, es mi corazón dibujando una silueta de tiza, ardiendo en el accidente de
tu cintura.
Y me contestaste que
tenías el coño agarrotado y lleno de suspiros.
Que ninguna polla, lengua
o consolador con forma de corazón, sería capaz de desflorarme de tu interior.
Que tuvimos el aborto
sentimental más hermoso del mundo y antes de irte besaste su frasco de formol.
Pero que en algún momento,
cuando aún eras río, vinieron con sus maletines grises y te secaron. Y así fue
como nosotros, y el mundo, perdió una parte de su belleza.
Se hace tan difícil
respirar. No puedo seguir pensando si duele más o menos. Duele siempre igual.
Todo el tiempo. Y se contagia, gira y cae. Como un disparo que entra limpio en
la sien y encuentra una mina de nada. Te escribo seco de cordura. Como el
afluente de los besos que ya no me das.
¿Hay algo que pueda
escribir que nunca olvides? Estoy perdiendo el tiempo. Te lo di todo pero nada
encaja.
Los dedos sobre el teclado
dispuestos a besar la nostalgia a quemarropa. Como arañazos sobre el camino de
la memoria. Y vuelvo a enamorarme durante seis minutos más. Una efímera tregua
en nuestra eterna discusión. Tú ya me entiendes...
La única solución del
nihilista es ver las cosas a corto plazo, día a día. Si te alejas demasiado
para ver el cuadro completo corres el riesgo de que no te importe nada, que
veas la vida como muerte anticipada, sin legado real. No tenemos importancia,
somos una bolsa de plástico guiada por el viento, una entropía del ridículo.
Una escena, a veces demasiado larga, para algo que sólo es simple abono. El
presente adquiere entidad con el hedonismo, la ambición, el orgasmo, la pasión,
la normal disposición a la felicidad. Las secuelas no importan si consigues
dotar de significado a un proyecto vital, como si la metáfora de trascendencia
de tus actos fuera el vulgar movimiento hacia delante.
Esa es una de las razones,
aparte de la masturbación del ego, para escribir: Trascenderte. Intentar llegar
a nuestro núcleo y mostrarlo. No hace falta plantearse la batalla perdida de la
originalidad, el demiurgo escritor singulariza su experiencia común con los
detalles. Cambia el envoltorio de un regalo que ya hemos pagado todos.
Todos somos escritores, necesitamos
un poco de soledad y escucharnos. Lo que hacemos con el teclado es cambiar de
formato nuestros pensamientos gracias a la ortografía y la gramática. Como crear
música a partir de una partitura. El proceso mental es arduo, necesitamos
reflexión y aislarnos del ruido metafórico que nos rodea. Por eso es razonable
sentir envidia de esas personas que desprenden pasión vocacional por la
literatura, que necesitan escribir todos los días. Con la práctica su cerebro
trabaja continuamente analizando situaciones, buscando historias, añadiendo
detalles a esa doble lectura de la realidad y sus andamiajes. Es una pasión
esclava, sufren una sinestesia interior, fuente inagotable de imaginería.
¿Somos vulgaridad, otra
ventana iluminada por la noche sin demasiado misterio, otra conexión a Internet
malograda? Tanta palabrería para que luego aparezcan unos pechos acechantes, un
culo perfecto, y provoquen mi jaque mate existencial. La musa sigue tirando de
la cadena a sus elegidos, impidiéndoles que se ahoguen en su propia mierda.
Como diría Oliveira “La soledad es
esperarte”, bucle de paraísos perdidos en el que me conformo con atar el recuerdo de tus gemidos a mí...
*** El despertar. Encontré una abeja que andaba a tientas por el suelo Una pata destrozada, las alas rotas, sin el aguijón La recogí, perplejo ante su determinación De seguir adelante, a pesar de lo brutal y estúpido De lo que le había sucedido Consideré, recordé la lucha fatal La agonía en la cara de los amigos heridos Y el mismo estúpido impulso de continuar Me enfadé con el injusto conflicto que sufren La voluntad y el organismo Me hice justo, me volví irracional, me hice extravagante Observé la abeja, allí, tendida en la palma de la mano La miré y le ordené con un grito áspero y furioso ¡PARA YA! Entonces dejó de luchar, y de algún modo de pronto Se hizo maravillosamente entera, y se levantó Y se fue volando La miré fijamente, estaba conmocionado, estaba abrumado Por la responsabilidad, y no sabía por dónde empezar. William Wantling
Los días perdidos se alejaban
corriendo por los tejados con una sonrisa de dientes. Horas apiladas en nichos
opacos al parpadeo de la memoria. Inasibles. Inservibles sin ti. Me dejaban sangrando
y sin costuras. Con resaca en los dedos y jugando a la ruleta rusa con mi
cerebro.
Esa época en que el móvil
no sonaba. De distopía romántica y caladas de sangre. Tambores de guerra con
forma de tacones que devoraban primero mi polla y luego mi corazón. Sentía como
si su coño esperara en la última planta de un rascacielos en llamas. El amor se
secaba demasiado rápido. Como una señal de tráfico en el desierto guiñándote un
ojo. Y mientras, caminaba de espaldas al futuro escondido en un disfraz de
letras, intentando vanagloriarme de mis limitaciones con un puñetazo al aire y
dos botellas vacías.
Hasta las pelusas de mis
bolsillos rotos se reían de mí.
Al final lo superé.
Comprendí que sólo era lujuria empapando sus bragas. Un poco de mierda
interpersonal intentando ser trascendental. Y cuando tiré sus recuerdos a la
basura, el Amor aprovechó para colarse en mi portal y buscar nuevas victimas.
Pero las cucarachas se amotinaron y lo despedazaron sin compasión.
Estoy borracho y algo sobrio. Con esa falta de lucidez de un Madrid que
te convierte en anuncio en blanco y negro. En anónimo. En kamikaze. En vinilo desleal.
Mi cuerpo se balancea en el vacío que han dejado tus gemidos. En vez de
mariposas siento gusanos con nombre de drama horadando en mi interior. El tacto
de mis sueños me sabe ahora a polvo de nichos. Te llamo varias veces pero dejas
que mis sentimientos se sequen en tu contestador. Inquietante estado de puntos
suspensivos. ¿Lo has olvidado ya? Cuando
te follaba fuerte y duro. Cuando el incendio ansioso de tu coño se desbordaba.
Cuando nos mecíamos en el sonido de tu piel contra mi piel. Cuando mi ventana
encendida era tu faro de medianoche. Cuando las respuestas a todas las grandes
preguntas se deslizaban entre tus piernas. Cuando te mantenía mojada mientras,
allá afuera, el mundo entero se moría de sed ¿En qué momento nos convertimos en
pájaros sin alas? ¿En que momento el pensamiento cayó de rodillas y nos vimos
atrapados en un manicomio de lluvia? Antes éramos nostalgias correspondidas, bosques
de palabras que no existían y se vestían con tu carmín afilado. Ahora somos
desconocidos bailando con un error con forma de rompeolas y vocación de puente.
Quizás sólo querías ser una piel efímera habitada a golpes de cadera. Sin
pertenecer a nadie, ni siquiera a ti misma. Y aunque ahora debo desarropar
todos tus abrazos y limpiar los jadeos de pólvora y besos de tinta de las
sabanas, correrte en mi boca siempre será la forma más hermosa que tuvimos de
equivocarnos.