Todos los dolores son
producto de la incompetencia, me duele la polla porque no sé masturbarme, me duele
la cabeza porque no sé beber, me duele el corazón porque no sé amar como ellas
necesitan. El dolor es un aguijón, salgo al exterior, a ese parque del
extrarradio lleno de árboles y mierda. Y conejos enanos. Tenemos una invasión,
una plaga. Alguien abandonó una pareja el año pasado. Ahora son miles, de todo
tipo y tamaño, reproduciéndose como gremlins bajo el agua. Se han comido el césped
de medio parque. En el fondo los entiendo, ellos solo quieren follar y comer. Pero
el ayuntamiento los ha convertido en el enemigo,
intenta aniquilarlos con trampas, con veneno, no les importa sus necesidades. Bella
metáfora de otro contexto.
El caso que estoy hablando
solo, rascándome los cojones, aterido de frio, pensando en trabajos de mierda,
como ser mamporrero en una fábrica de condones. Me sube de pronto una arcada y
empiezo a vomitar. Cuando termino me quedo mirando este cuadro de suciedad
espiritual a las puertas del edén. Joder.
De pronto escucho una voz
a mi lado
Voz de pito desconocida: Muerte y transfiguración.
Pego un respingo: es un puto conejo enano parlanchín.
Rorschach: ¿Qué coño significa eso?
Puto conejo blanco enano parlanchín: Dios y tú no habéis apostado al mismo caballo.
Mierda, una cosa es volverme loco y otra lecciones zen
de madrugada.
Rorschach: Yo también tengo frases de mierda, Dylan Thomas
diciendo en su lecho de muerte “He bebido
dieciocho vasos de Whisky, creo que es todo un record”
Conejo: Es un fraude, la tenías apuntada y la metes en estos diálogos febriles sin venir a cuento porque crees que queda bien, pero solo te muestra como un vago que jode la continuidad del diálogo.
Rorschach: Joder, nadie me paga por esto, tengo derecho a
ciertos atajos.
Conejo: La
verdad, te imaginaba más alto. ¿Sabes que es posible que Bukowski sufriera una
lesión cerebral cuando estuvo a punto de morir por aquella ulcera sangrante?
Rorschach: Si, y también sé que siguió escribiendo otros
treinta y cinco años. La potencialidad del ser humano es asombrosa. La gente común
se vuelve común por la simple vulgar supervivencia del día a día. Pero intenta
joder a tu propio cerebro a la vez que escribes, lees, o lo utilizas realmente en
esos pocos trabajos no manuales que lo requieren. Se convertirá en algo diferente, pero lo conservarás útil
hasta el final.
Conejo:
Mierda, eres de los que no ve la televisión ¿verdad?
Rorschach: No me gusta que me llamen subnormal en voz alta, que
vuelquen su política de miedo sobre mí con todas esas noticias inútiles,
sesgadas, mal formuladas, mezcladas con catástrofes, accidentes, Urdangarines,
¿a mí que cojones me importa todo eso? Y luego los deportes. Futbol. Héroes
nacionales. Los mataría a todos.
Conejo: Sois
una raza de zombies.
Rorschach: En algún momento la clase baja amputada de la
política social aprenderá a construir bombas atómicas en sus sótanos
malolientes. Y cuando todo estalle, esos pretenciosos tacones, esas campanas de
muchedumbre que eligieron no usar mi polla como badajo, se arrepentirán.
Conejo: Destilas
misoginia. Los borrachos sois malos amantes, solo rendís pleitesía a vuestra
amiga la botella. Pero al menos adoráis lo sucio, os causa diarrea las historias
de felicidad y los corazones sobrevolando la pantalla, las frases hechas de
lugares comunes del puto poeta burgués hablando de metafísica mientras su mama
le hace la cama. Sois viles pero reales, sabéis que es comer un coño, sabéis
que es sodomizar a una borracha. El hambre. El dolor. El fracaso.
Rorschach: En realidad el fracaso es infinito, porque es
infinitamente divisible, cosa que no sucede con el éxito. El escritor no
inventa, habla de cosas que sabe sin saber, como un flâneur solitario entre la multitud, espectador ocioso, apasionado
pero a la vez indiferente, alienado, un paseante filosófico.
Conejo: ¿De qué
cojones estás hablando?
Rorschach: Hablo de lo que significa escribir. Aunque puede que
hable más bien de ella. A veces, durante la convivencia, me decía Te echo de menos mirándome fijamente a
los ojos. Siempre me acostaba mucho más tarde ella, pero no importaba porque tenía
el sueño muy profundo y nunca la despertaba. Sin embargo si me acercaba a su
rostro y producía un leve sonido con los labios, como un beso apagado, se
incorporaba inmediatamente, me besaba con los ojos cerrados y volvía a
dormirse. Para suavizar el párrafo añadiré que siempre tenía que dar
cuatro o cinco embestidas especialmente brutales para conseguir que gimiera.
Conejo: Vigila
tu soledad, este trepanando eso que llamas talento. Aunque desde aquí solo
parece pus con nombre de puta. El amor es otra forma de prejuicio.
Rorschach: Las personas son como los libros, mayormente una
enorme pérdida de tiempo decepcionante. Pero hay otros, muy bien escondidos
entre la masa, que son armas de destrucción masiva, orgasmos mentales. Y cuando
lees la biografía del autor en que se le tacha con rigor de misógino, de ser un
hijo de puta, da igual, la redención nace de la sublimación. Y sus libros son
reliquias de santos incorruptos al alcance de todos, y sin embargo, tan lejos,
tan lejos, tan lejos, tan lejos…la noche arde, observa esas estrellas de larga
punta. Me recuerdan a mi vecina, mi particular pájaro azul, mirando siempre por
la ventana, día tras día, tras día, tras día. Como un algo eterno carente de
interés.
Conejo: Desvarías,
y no es simplemente el delirium tremens habitual producido por las benzodiacepinas…
Se escuchan gritos de
fondo, una violación, el amor haciendo un alto en su camino. El conejo se
distrae y aprovecho para cogerle del cuello y partírselo. He declarado una
guerra que no puedo ganar, pero la vida se compone de pequeños actos irreflexivos
de terribles consecuencias a pagar en cómodos plazos.
El resto de conejos, acostumbrado a ese tipo de agresiones, llama a la infantería y empiezo a recibir
una lluvia de piedras, jeringuillas usadas, trozos de camisa de fuerza y
comprensas. Atacan por todos lados, muerden mis pantorrillas y casi consiguen
hacerme caer. Pero de alguna forma resisto, sé que aún no ha llegado mi
momento, he comprado de oferta varias botellas de vino y debo terminármelas. Tengo
un destino. Una meta. Consigo escapar, aunque sé que nunca podré volver allí. Otra
zona vetada. Malditos conejos enanos parlanchines.
Llego a casa. Pongo algo
de música al azar. Suena esa canción.
Me recuerda a ti. Me apena que creas que soy un animal sin sentimientos, una
inanidad sin planes de futuro, alguien que muere lentamente por la falta de
ejercicio en los rocos de la vida. Me conoces tan bien. Pero tengo fetiches. No hablo de
dedos, ojos agujereados por un lápiz, tu sonrosado clítoris ablacionado, o tu
larga melena con trozos de hueso y masa encefálica todavía adheridos a ella.
No. Hablo de cosas normales, como entradas de cine, fotos, cartas, todas quemadas y reducidas a cenizas que conservo, con cierta ternura, en un dedal. Pienso en
ti, en esa extraña combinación de lo mejor y lo peor, de lo mágico y lo
terrible. Te mantengo un momento en mi memoria antes de intentar una reverencia
que se trasforma en traspiés. Me quedo en el suelo. No es un mal lugar para dormir
la borrachera y para perder un beso silencioso envuelto en su ligera erección. Estabas loca…y
casi conseguiste volverme loco a mí también…suerte con el siguiente…y con el siguiente…y con
el siguiente…
Siempre hay un germen en cada gesto, como un algo primigenio, como
una idea perfecta
que no adaptamos, solo imitamos. No hay madurez ni control, son ellos quienes se adhieren a nosotros.
Como un hijo ilegitimo que te acusa con tus mismos ojos. ¿Sucede lo mismo con
las despedidas? ¿Son solo un puñado de palabras, gestos, tópicos forzados,
destinados con su melodrama a arañar nuestra memoria más tiempo del
aconsejable?
No lo sé. Aún recuerdo la última, meses de convivencia
intentando no discutir, tímidos intentos de llevarnos bien. Luego su precipitación
al querer mudarse. Pero no fue ahí, con la puerta cerrándose y el fundido en
negro cuando nos despedimos. fue antes. Cuando me mintió, cuando me miró a los
ojos y me mintió. Él, que se consideraba el adalid de la honestidad por encima
de cualquier convencionalismo. Y fue innecesario. Había leído sus correos.
Cualquier oportunidad se perdió ahí. Dejó de existir como ideal. Solo sentía
ese extraño y jodido apego que dan los años. Una pueril excusa. Y resultaba todo
tan mezquino. Él me lo parecía. Haciéndome creer que quería hacer lo correcto
cuando simplemente se sentía culpable. Pero no le culpo. Hay que aprovechar las
oportunidades. Y nos separamos. Pero la despedida fue antes, meses atrás,
cuando deslizó sus mentiras, sin tensiones, tumbados en la cama.
Y ahora estoy aquí, con otro como él, en esta pequeña
habitación de motel, como un sueño opaco, sórdido, con su cama, sus sabanas mal
dobladas rozando por un lado la moqueta, el verde mortecino de las paredes desconchadas,
esa mesita de noche con una pequeña lámpara que ilumina más la suciedad.
Sonrío, una sonrisa masoquista.
Cuando sale del baño estoy de espaldas sentada sobre la
cama, mirando la puerta. Noto como se quita los zapatos, los pantalones. Como
deja el reloj encima de la mesilla, un poco de sombra. Su aliento me acaricia
brevemente la espalda, me tumba sobra la cama y me despoja de identidad. No hay
palabras, no hay necesidad, ya es un juego orquestado.
Me desnuda a su manera, con brutalidad, sin dulzura, sin
tocarme apenas con las yemas. Da igual, la lencería nueva cae al suelo, el
maquillaje se borra de un guantazo.
Aleteo entre mis sentidos, cosificada, paralizada, con
los ojos brillantes. Me abre de piernas y me palpa. Me arranca las bragas, me
hace suya antes de empezar. Se pone a horcajas sobre mí, me agarra del pelo y
me empuja hasta que la tengo dentro de mi boca. Jugueteo con la lengua, noto
como crece, su presión aumenta y me bombea en la boca, disfruto de esta extraña
asfixia. Pero controla los tiempos. La saca, pego una bocanada de aire y me la
vuelve a meter brutalmente. Me mareo pero sigo succionado, me golpea con los
cojones la barbilla mientras con la otra mano me agarra del cuello. Seguimos
así varios minutos, a veces la saca y me golpea con su erección, con su polla
en la cara. Me hace daño, son pequeñas bofetadas, y en agradecimiento le chupo
los cojones con fruición, le lamo entero y pido más.
Se cansa pronto, estoy demasiado sumisa, no grito. Me agarra
y me pone de espaldas, con la espalda arqueada. Mi cuerpo está seco y me
empieza a insultar, repito sus palabras en primera persona mientras me folla
con el pulgar -demasiado rápido-, y me restriega el clítoris con el resto de la
mano. Su lengua mordisquea mi culo, me lubrica. ¿Qué le habrá dicho a su mujer? ¿Una reunión de negocios con un nuevo
socio? ¿Tendrá ella un amante que la deje satisfecha?
Todo sigue lo marcado, me sodomiza, me agarra con saña
los pechos. Pienso en las horas de gimnasio, en las cremas reafirmantes, los
rayos uva, la bicicleta estática, las horas de peluquería, la depilación láser,
todo concentrado en unos azotes con la mano abierta. Veo las estrellas,
reacciono con el gemido y la mirada de soslayo adecuada. ¿Sigo encontrando placer en ese dolor, en sus marcas...?
Me voltea, se pone encima, ¿me mira? No, ni siquiera eso.
Está enfrascando su ego, bombeando una y otra vez, con precisión pero sin
alma, meros bosquejos. Mira el reloj. No me tendría que afectar. Empiezo con
los gemidos un poco alterados de costumbre. Quiero que se sienta como un macho
alfa, que sienta que ha merecido la pena el esfuerzo. Otra vez el reloj.
Prefiero cerrar los ojos. En el fondo, da igual. Su pene, todo él, es como el recuerdo de una película
que te hizo llorar, o reír en el pasado, y que luego, al volver a verla, no te
produce ninguna sensación. Y te rebelas ante ese hecho, insistes... ¿por qué no
sigue emocionándome cómo antes?
Aumento los gemidos y grito un poquito mordiéndome el
labio. Que idiota, que sobreactuado. Él la saca y siento la huella caliente de
su semen sobre mi cara, sobre mis pechos. Ya. Ya está. No quiero abrir los
ojos, no quiero verle. Siento como su calor se aleja de mí. Tengo ganas de
llorar, porque en el fondo todo es ridículo. Todo es mentira. Su voz, sus
gestos de prestado, su mano rozándome ligeramente la muñeca acercándome unos
pañuelos. Noto la puerta del baño cerrarse, la ducha. Y sigo aquí quieta,
empapada en su sudor, en su semen, encharcada o seca da igual, insatisfecha,
triste, sola, sucia.
Despedirse duele. Es amargo. La liturgia de los gestos nos
permite banalizarlo un poco.
Podría abrir los ojos, sentir el semen deslizándose por mi
cara, por mis pechos, sacar la pequeña pistola de mi bolso, entrar en la ducha
y acabar con todo esto de una vez.
O simplemente levantarme, escapar de la inercia de las
mentiras. Vestirme. Salir. Olvidar.
Nueve personajes literarios que me gustaría
que existieran, sin ningún orden en concreto:
Sherlock Holmes
(Las Aventuras De Sherlock Holmes)
No es necesario presentar al personaje: cocainómano, misógino, frío y cerebral. Alguien que quiere olvidar que la Tierra es redonda
porque considera que esa información le ocupa un espacio innecesario en el cerebro pero que podría escribir un tratado
sobre las diversas clases de ceniza de puros, cigarros y pipas. Por ahí andan
las Obras Completas, edición Cátedra, dispuestas a abordarme en cuanto me
despiste. Siempre he admirado la inteligencia, creía que era eso lo que movía el
mundo. Ahora la realidad que nos rodea me impele a pensar lo contrario. De todas formas hay una serie en la BBC -Sherlock- que ha renovado al personaje.
Indispensable.
Madoka Ayukawa
(Kimagure Orange Road)
Bueno las razones son obvias. Prácticamente todo el post anterior va dedicado a ella. En el pasado fue mi ideal de mujer.
Raistlin Majere
(Dragonlance)
Personaje inmenso de los libros de fantasía heroica de
Dragonlance. Relacionado con rol, dados asesinos y palabras como Dulak, Shirak.
Un mago, inteligente, amargado, de salud enfermiza, pero
con una ambición tremenda, y unos iris en forma de reloj de arena que le maldicen con ver la descomposición y la muerte de todo lo que le rodea. No cae bien a nadie y
si no fuera por su hermano gemelo, Caramon -fuerte, alto, conquistador, todo lo
que él no es- nadie le querría a su lado. Va con un grupo de aventureros y al
principio crees que no va a sobrevivir ni cien páginas. Todo el arco argumental de la segunda trilogía está dedicado única y exclusivamente a él. Carismático, llega hasta la cima del poder
desafiando a los mismos dioses. Tiene la culpa de que me haya leído más de
treinta libros de esa colección –la mayoría, para que negarlo, abominables. Como curiosidad cualquier nick que utilizaba antes en foros, mailing list, irc
hispano, tenía referencias a él. ¿Fistan?
Rorschach
(Watchmen)
¿Os lo tengo que explicar? Personaje de Watchmen, novela
gráfica con guión del genio Alan Moore. Uno de los mejores comics que he tenido
el placer de degustar. De esos que te hacen odiar la memoria porque te impiden
disfrutar una y otra vez del placer del encuentro.
Rorschach es un antihéroe, un nihilista, alguien que solo
es capaz de ver el mundo en términos de bien o mal, blanco y negro. Una versión del protagonista de Taxi Driver en cómic. Parece que ha perdido el control, pero
simplemente se ha acercado al abismo y ha permanecido allí demasiado tiempo sin apartar la mirada. Hay
momentos increíbles, como cuando está en la cárcel e intentan matarle, él tira una fiambrera llena de aceite hirviendo a su atacante y dice “No estoy
encerrado con vosotros, vosotros estáis encerrados conmigo” Sencillamente
fantástico.
Scott Summers (X-Men)
Una versión descafeína de James Stewart sin carisma. Siempre atormentado
por su poder -rayos ópticos siempre activos, tiene que usar unas gafas especiales para poder controlarlos- mientras los demás disfrutan sin angustias.
Tópicos aburridos sino fuera porque al final se convierte en el líder del grupo
y se lleva a la chica, a la pelirroja de ojos verdes Jean Grey. Todo acaba en tragedia, ella muere, una de
las primeras muertes en un cómic, y él acaba destrozado.
La saga de Fénix Oscura. A los lápices John Byrne, guion Chris Claremont. Hicieron magia a
finales de los setenta, tenían una enorme libertad creativa y llevaron los guiones a otro nivel, metiendo a los personajes en problemas morales y situaciones de difícil resolución. Otro motivo para incluirle es que si existiera también lo haría el gen mutante, y todos podríamos desarrollar algún tipo de poder inútil. Siempre me ha sonado bien esa posibilidad.
Henry Chinaski
(Factotum)
Otro clásico por aquí, aunque con trampa claro, Bukowski
existió, pero tampoco nos podemos creer todo lo que nos cuenta. Su alter ego, Hank, es una versión
ampliada, sesgada a veces de un consumado antihéroe: alcohólico, misántropo, mujeriego, vagando de
trabajo en trabajo y de mujer en mujer. Versión propia de Bandini de Fante.
Pero al final es un retrato que alberga cierta ternura, de carcajada sórdida pero sincera, de
anular los impulsos suicidas rellenando los márgenes de un
periódico, intentando mostrar en esencia, la enorme pasión por la escritura que le embriagó siempre.
Marla
Singer (Fight Club)
Ser un adicto a los grupos de terapia para conseguir dormir
y encontrarte en el de cáncer de próstata a una mujer allí. Que luego la persigas para llegar a un acuerdo
mientras ella roba ropa en una lavandería. Que te llame porque ha tomado
demasiadas pastillas o porque cree que tiene un bulto en el pecho. Su estética
es deudora de Judy Garland, frases como: "eres lo peor que me ha pasado
nunca" “me has conocido en un momento extraño de mi vida” “"Quiero
que me dejes embarazada, quiero tener tu aborto" se han clavado en mi
memoria. A la mierda Trinity, Buttercup, o cualquier Julieta sin alma. A Marla
sí que la empotraría durante horas.
La Maga
(Rayuela)
"¿Encontraría a la Maga? Tantas veces me había
bastado asomarme, viniendo por la rue de Seine, al arco que da al Quai de
Conti, y apenas la luz de ceniza y olivo que flota sobre el río me dejaba
distinguir las formas, ya su silueta delgada se inscribía en el Pont des Arts,
a veces andando de un lado a otro, a veces detenida en el pretil de hierro,
inclinada sobre el agua. Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños
del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin
sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en
nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita
papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de
dentífrico."
Ella (Musa)
Faltan mujeres. Podría decir varias para quedar bien,
Irene Adler sería una de ellas pero vamos a reconocerlo: tiene más notoriedad en el
cine que en los libros. Amélie no cuenta. Las de Casona me gustan, pero son
demasiado irreales para esta época. La de “El Jugador” de Dostoievski no termina
de vislumbrase, La de Laura Esquivel que siga cocinando. Pondría alguna de Kundera pero solo me acuerdo
de “La Broma”, y a esa no quiero ponerla. Las de Etxebarria y Almudena Grandes están
todas cortadas por el mismo patrón. “El libro que Sandra Gavrilich quería que
le escribiera” el autor me robó la idea y la plasmó mejor. Las de Stefan
Zweig no me convencen. Benedetti no tiene una en particular, ese es su truco. Emma Bovary es
odiosa al igual que Karenina. Italia de “No te muevas” es una patología ajada.
Laura y Beatriz muy bonito, pero solo son musas ajenas. Alice Gould de Torcuato no –en
este momento estoy mirando la estantería, no tengo tanta memoria-,
Carlota de Goethe NO, por Dios, tampoco Medea, ni Elisabeth Bennet, ni Sherezade,
ni la Celestina, ni…hay tan pocos personajes femeninos interesantes, me temo
que solo servís como musa, como posibilidad.
Si fueran personajes de película me quedaría con
Clementine.
Al final, que está amaneciendo, haré una pequeña trampa.
Me quedo con Irene de Drive. En el
libro aparece con otro nombre y la matan en mitad de un párrafo. Pero la
película es una hermosa obra de arte que emociona. Y eso es siempre lo más
importante.
Creo que voy a morir pronto. Tengo solo treinta y cuatro, lo sé,
soy joven, productivo todavía para la cadena de montaje de esta sociedad,
aunque el futuro sean las pensiones privadas. Pero no estoy bien. No me siento
bien. No llevo una vida normal. Me embargan pensamientos que provocan que cada
vez me resulte más difícil levantarme de la cama. Es cierto que de momento me
puedo permitir seguir viviendo así, en esta habitación alquilada, solo,
trabajando de noche los fines de semana. Pero me estoy quebrando. La gente me
pregunta porque leo tanto: simple supervivencia, escapismo mental, termino un
libro y cojo el siguiente, a veces ni siquiera disfruto con ellos. Hoy no tenía
ganas de leer, abulia mental, o quizá incapacidad para superar mi mediocridad.
A eso de las cinco de la tarde me he metido de nuevo en la cama. A dormir. A
irme. Creo que podría hacerme adicto a las benzodiazepinas. Debería. He
despertado de madrugada. Sin comida en la nevera, con aliento de resaca. Llevo
desde el domingo sin hablar con nadie. La comunicación a veces es dolor.
Escribamos.
Creo que es difícil expresar las cosas importantes, al menos
las que son importantes para ti, porque suenan ridículas dichas en voz alta.
Nos sentimos demasiado expuestos, frágiles ante el escrutinio ajeno, ante su
crueldad. Porque la gente es cruel, es lo único que resulta sencillo para
todos.
Supongo que solo me pueden
entender las personas que les gusta la literatura, que tienden a empatizar con
personajes que no existen, a desear que existan, a enamorarse de ellos, a
buscarlos, En el fondo perder esa inocencia es un proceso normal, una inercia
como la muerte metafórica de tus padres. Aunque creo que esa incapacidad de
ensoñación nos convierte en personas más tristes.
Cuando tuve mi época
Amélie, no fue solo porque era una representación de todo lo que sentía y
sufría por ella. No, era algo más,
representaba un romanticismo todavía perenne en mi espíritu que había olvidado.
Las canciones hablaban de mí, las películas me emocionaban. Me comunicaba con
ella sin cinismo, directamente desde mi mundo interior y cuando terminaba, y
ella me sonreía, sentía como las piezas iban encajando. Y aunque no me
correspondía, me entendía, sentíamos cierta armonía en nuestros anhelos, en
nuestras fantasías, en nuestras ternuras. Existe
un lado cínico, pero este párrafo no es el lugar adecuado.
Y Amélie, con sus miedos, sus
pensamientos, su álbum de fotos desechadas, sus piedras, su enano de jardín, consiguió
brevemente que pensara que merecía la pena el peaje de sentir. El romanticismo es como literaturizar, es un engaño en sí
mismo, pones el foco emocional sobre unas cosas dejando en sombra otras. Pero
de alguna extraña manera eres feliz, que al final es lo importante. Y a veces,
después, el apego consigue que Ella se transforme en un hogar permanente, en un
ancla de significado al que siempre quieres volver. No hablo de dependencias,
aunque las haya, hablo de tener fe. No
en Dios, el Estado, El Trabajo o la Familia, sino en el Amor. En ese extraño
cumulo de sentimientos que no deja de ser una oda suprema a la irrealidad.
Ahora ya estoy totalmente
vacío de ese sentimiento, curado, como una metáfora de la fiebre del enfermo
que desaparece justo antes de morir. Quizá sea un momento de lucidez en una
carrera que me empeñaba en correr de espaldas, pero hay cosas que no podemos
elegir como nos afectan.
Recuerdo cuando esa
sensación latía con más fuerza en mí. Fue en EGB, cuando estuve perdidamente
enamorado de Patricia. Nunca le dije nada. Me conformaba con el platonismo, con
mirarla de lejos. Creía que sería difícil recordarla pero no es cierto: era una
chica morena de pelo largo, nariz pequeña, destacaba por su inteligencia, muy
aplicada en clase, tenía carácter, altiva, con toques rebeldes pero solo
insinuantes el último año. Buena persona, intentaba hacer siempre lo correcto.
Pero yo era terriblemente
tímido en la escuela, supongo que no sabía muy bien cómo comportarme, no tenía
hermanos, vivía prácticamente solo, sin visitas, me dedicaba simplemente a jugar
delante del televisión y a leer. Mi desconocimiento del género femenino era brutal.
Cuando tenía catorce años,
justo antes de entrar en el instituto, fue cuando vi la serie. Kimagure Orange Road. Cuando la
emitieron en Tele 5 le cambiaron el nombre por Johnny y sus amigos. Era un shojo anime, un triángulo amoroso. Un
chico con poderes psíquicos –Kyosuke- llega nuevo a la ciudad, se encuentra con
una chica –Madoka Ayukawa- en un parque, al final de una escalera de cien
escalones, y surge la atracción. Pero al llegar al instituto conoce a otra
chica –Hikaru- que se enamora de él y que resulta ser la mejor amiga de la
primera. Madoka mantiene una lucha interior entre su amistad con Hikaru y los
sentimientos hacía Kyosuke, y el susodicho nunca tiene muy claro que hacer, es
tremendamente indeciso y por otro lado tiene que esconder que tiene poderes, lo
cual siempre acaba metiéndole en problemas a él y al resto de su familia. Hay
muchos personajes secundarios que apoyan los tintes de comedia. Hoy en día esta
trama nos parecería demasiado ingenua, pero por aquel entonces –la serie data
de finales de los ochenta aunque aquí se emitiera cinco años después-, tanta
candidez no chocaba. También hay que tener en cuenta la mentalidad japonesa y la
forma de afrontar sus relaciones de pareja, el contacto físico, un beso, para
ellos requiere mucho más tiempo y es más trascendente.
Pero aparte de esa mezcla
de romanticismo, comedia y ciencia ficción, teníamos a Madoka Ayukawa. Aunque el
manga data de 1984, sigue siendo uno de los personajes femeninos más
inolvidables de toda la historia del comic. Es la perfección arrodillándose
ante sus ojos verdes y su pelo negro azabache de brillos violáceos. Atractiva, con
un toque de voluptuosa adolescencia, romántica, con carácter, capaz de dar una
bofetada a nuestro protagonista, con razón o sin ella, a la mínima excusa,
incapaz de mentir, con un acusado sentido de la justicia, amante de la música -tocaba
el saxofón y más adelante el piano-, con un pasado de pandillera poco claro,
deportista, valiente. No había nada que no hiciera bien. Aparte de su debilidad
por Kyosuke y el miedo a los fantasmas, no muestra ninguna grieta en su
carácter.
La serie duro 48
capítulos, de los cuales me debí ver en su momento la mitad. Me impactó
muchísimo, pero no había internet –era 1992-, por lo cual me quedé frustrado. Pero se había producido un
cambio… series como Dragon Ball, City Hunter –que trataba de un investigador
privado que siempre quería meterse en la cama con sus clientas-, Sant Seiya se
emitían en la televisión. Akira se proyectó en los cines. El puño de estrella
del norte se editaba en video. Pero todo fue muy lento, farragoso, se editaban
mangas que vendían en Japón en formato tankōbon, como si fueran comics
americano destrozándolos con el cambio de formato, sacaban películas en video
con doblajes pésimos, dividiéndolas en dos partes para vender el
doble. Un desastre. Pero algo bueno sobrevino de todo esto y fueron los
fanzines, los salones del manga, las tiendas de importación. Volví a ver la
serie, esta vez entera, y empecé con mi obsesión de acumular material, posters,
cds con la banda sonora, fanzines con cualquier mención, libros de
ilustraciones, Ovas, el manga en francés porque aquí nunca llego a salir
completo. Supongo que si fuera ahora, solo tendría que bajarlo de internet y en
un mes, sin apenas esfuerzo, ya habría agotado la experiencia. Pero en aquellos
años, para bien o para mal, todo era nuevo y mucho más lento. La gente se
reunía en las tiendas de comic, intercambiaba material, creábamos fanzines, mailing
list que se fotocopiaban y distribuían en cada provincia, se enviaba material o
copias de vhs por correo simplemente por el hecho de compartir. Ahora también
hay cosas así, solo hay que ver la cantidad de foros o de gente que, por
ejemplo, se dedican a subtitular series.
Toda esta obsesión
transcurrió paralela a mi nula vida sentimental. Buscaba a esa mujer perfecta,
no porque estuviera enamorado de un dibujo animado, pero sí de lo que representaba para mí.
Rechazaba en la búsqueda de ese ideal y cuando creía encontrarlo, era a mí, a
veces con talento y en otras ocasiones con crudeza, a quien rechazaban.
La verdad es que mi etapa
en el instituto nunca llegó a acabar. Tampoco hubo mucha miseria. Yo era un
buen estudiante, era inteligente, no tenía que coger apuntes ni estudiar. Pero
me junté con la gente errónea. Y ni siquiera por una convicción de rebelde,
simplemente porque fueron los primeros en aceptarme. Pasaron los años, y nunca
llegué a acceder a la universidad, mataba las preguntas bebiendo a diario, drogándome
a diario. A veces me daba por trabajar unos meses y observaba a la gente de mí
alrededor mientras se reían por las cosas más estúpidas. No entendía porque no
se hacían preguntas, porque estaban
tan felices acumulando sin más un día tras otro. Pero… ¿y yo? Tenía las
preguntas, las respuestas, y sin embargo estaba allí, con ellos, ¿Qué andaba mal conmigo, porque no quería buscar algo que me
sirviera también a mí? ¿Era miedo a implicarme y fracasar, era simple
indolencia? Luego me quedé solo. En parte porque era un cretino, en parte
porque empecé a aborrecer a la gente. O quizás la gente me asustaba. Hay una
línea muy tenue entre esas dos circunstancias.
Mi madre, con la cual
nunca he tenido una gran relación, me dejó ocupar una casa familiar y me
abandoné ahí. Cuando te aíslas tanto, todo empieza a perder importancia, el
abotargamiento te impide valorar el paso del tiempo, no hay nada que tenga
valor a tu alrededor.
Por culminar la historia,
y llegar a alguna conclusión solo entendible por mí, diré que al final terminé follando
por primera vez con una chiquilla que no representaba ninguno de mis ideales.
Estaba tan borracho que no me enteré de nada. Cuando al día siguiente quiso
repetir la eché de casa. Así de majo era yo por aquel entonces.
Lo que vino después fueron
una serie de relaciones sin ningún ápice de romanticismo, ¿para qué? Realmente
tampoco tenía mucho valor, y el sexo, ese enemigo natural de la religión que
tanta represión y neurosis ha provocado, nunca me pareció realmente para tanto.
Forzando la elipsis diré
que hace unos años editaron la serie completa en dvd con el doblaje original,
extras, todo bastante trabajado, incluso las canciones dobladas. Uno de los que
se habían encargado de ello era un conocido mío por fanzines de Madrid, freak
pero aplicado.
Cuando la volví a ver,
después de tantos años, no sentí nada, incluso he de reconocer que la tal Madoka
me pareció un personaje bastante fastidioso. A mi novia P. le fascinó, se hizo
fan, y reflejaba mi propia pasión de hacia una década. En ese momento ya supe
que nuestra relación no tenía futuro, mi yo actual no estaba a la altura de su
romanticismo, y ella, a su vez, no tenía el potencial de rescatar a ese antiguo
yo, cándido e idealista, que había sido en mi juventud, ya en ese momento, tan
lejana. "Cierta noche me encontraba sentado en la cama de habitación de la pensión de Bunker Hill en que me hospedaba en el centro mismo de Los Ángeles. Era una noche de importancia vital para mí, ya que tenía que tomar una decisión relativa a la pensión. O pagaba o me iba: es lo que decía la nota, la nota que la dueña me había deslizado por debajo de la puerta. Un problema relevante, merecedor de una atención enorme. Lo resolví apagando la luz y echándome a dormir."
Me gusta ser lesbiana, es lo único que tengo claro en mi
vida. Por lo demás me siento almabrada,
o quizá quise decir alambrada. Defenestrada por la soledad. Todo va bien. Todo
va mal. Estoy loca, siempre escribiendo cosas bellas, sentidas, reales, pero
ficticias a la vez, sombras que se pierden debajo de mi falda. Y borro todo. Y
me masturbo. Y luego por la noche, de día, me despierto, sigo escribiendo, leyendo,
borrando, masturbándome, sumergida en una catarsis ridícula. Como rejas que
parecen rayos de sol cuando abres las piernas. Solo quiero ahuyentar la
esquizofrenia sintiendo algo propio y compartiéndolo.
Pruebo con la pintura y me golpeo la cabeza contra la
pared una y otra vez, una cadencia de dolor. La sangre se desliza creando
dibujos inteligibles. La bombilla, ese cielo blanco y hermoso, se tiñe de rojo,
se pudre entre mis dedos como hilillos de semen reseco con olor a carne quemada.
Una pequeña nube de cristales sin lazo. Todo es frágil.
Batas blancas me recetaron felicidad, pastillas que se
encargaban de abotargar el alma y la angustia a partes iguales. Las comisuras ascendían
formando una mueca de payaso desquiciado. Intenté disolverlas en mi coño, también
quería sonreír ahí abajo. Utilizaba los flujos Pavlovianos para escribir en las
paredes que te odiaba porque seguía amándote.
Me destrozo los bolsillos intentando derramar los últimos
minutos. Apunto dos dedos llenos de pelusas a mi sien, miro al espejo y la
memoria se fragmenta. Empiezo a morder las fotografías, rasgarlas, intentando salivarlas
con mi bilis para poder tragar ese pasado donde salgo sonriendo a la nada, con
alguien al lado que ya no existe. Gente muerta, atardeceres etílicos sin color,
casas, animales, cosas, todo ajeno. Todo ese pasado aglutinándose por mi
garganta. Intento no vomitar. El espejo sigue ahí, reflejándome, un camisón,
locura, dedos agarrotados. Tijeras. Emociones. Todo por... Suena la radio del
vecino. Mahler. Alguien ríe. El silencio no existe en esta ciudad. Suena un
golpe. Dos. El cabecero contra la pared. Un grito, un suspiro, un lamento, un…
¿orgasmo? NO. Mahler sigue de fondo. Las tijeras ya no están en mi mano. Pongo
mi propia música. Y empiezo a pensar. Pensar. Pensar. Pensar. Pensar. Pensar…
Un recuerdo. De pequeña arrancando las cabezas a todas mis muñecas, formando una pirámide, sacando la gomaespuma a mis peluches, quemando mis cintas de colores, los pósters, todo lo que represente inocencia, un acto de odio
hacía mí misma...
Recuerdo su aliento en la cara, sus manos de trapo
recorriendo todo mí cuerpo, esa pequeña salchicha introduciéndose en lugares…quiero quemar mi piel, mí propia identidad. No hay camas equivocadas, solo un quirófano
donde se declara la hora de la muerte y nada termina de cicatrizar.
Saco la llave. Abro un armario. Ahí, en un tarro, están
sus gónadas, sus testículos sanguinolentos conservados en formol. Una urna
funeraria grotesca pero también adecuada. Todavía recuerdo los ojos de mi padre, como un chiste
gastado, cuando se los cercené. Cierro el armario. Vuelvo a la cama. Intento
dormir, dormir, dormir…
Me incorporo. Enciendo el ordenador. Sigo escribiendo.
Juego a intentar encontrar en la palabra agujero
la palabra luz. Juego a columpiarme
en la telaraña, en el nadir, sin mirar al cielo. Juego a intentar destilar lo
eterno de esta embrutecedora soledad. Solo encuentro versos perfectos para una
carta de suicidio, lástima que la muerte sea analfabeta.
No puedo evitarlo y, a pesar de la distancia desnuda que
nos separa, vuelvo a pensar en ti. Pienso en que follar contigo era como caer
lentamente en la hojarasca, era como el otoño quemando la nervadura de mis
sentidos por el placer. Pienso en tus ojos, en tus muslos, en tus rasgos
afilados, pienso en cada uno de los lunares que tenías en la espalda, en tu
beso de buenos días, en cómo te movías cuando estabas enfadada, o excitada, en
como sonreías cuando querías pedirme perdón… en cada pequeño detalle de tu
cuerpo. Pienso en la última vez que hicimos el amor, en la lencería que llevabas,
en cómo me miraste antes de salir por la puerta.
Me siento tan miserable sin ti. Eras mi tregua, mi
oxitocina permanente. Ya no hay orgullo. Vuelve conmigo. Ama mis manos azules.
Ama esta cascara vacía. Ama de nuevo la parte de mí que solo tú conoces…
Si en apariencia he escapado a la programación que me rodea no ha sido por rebeldía, o por capacidad para crear la mía propia. Ha sido porque no he podido ni he sabido seguirla. Y estaría encantado de hacerlo, pero no me excitan las cosas ni las rutinas normales. Aunque no sé si esto es una secuela o el motivo en sí. Encogimiento de hombros. Llevo intercalando días de alcoholismo nocturno y resaca desde el miércoles, sin un motivo concreto, aparte del molesto disgusto existencial crónico. Aspirando con ansia ese aliento masoquista donde fluctúas entre el estupor cómico, la otredad y la estática de la vida palpitando a tu alrededor. Para luego vomitar toda esa pasión y quedarte atrapado en un simple abotargamiento depresivo, indiferente al sucedáneo. Sin saber enfocar. Y sé que abandonarse no es vivir. Beber tampoco. Eso es lo que tiene de bueno. Por eso vuelvo a esas líneas impúdicas, que encontré de casualidad hace un año, buscando algo de redención, de vigor creativo. Dejémonos de monsergas, hay que llenar la cuota, un par de libros a la semana, un par de botellas, un par de entradas. Lo justo e ideal. Mi blog es un desastre melancólico, reconozco el oprobio, ¿de qué hablar entonces, cuando es San Valentín? Podría hablar del año pasado y esa extinta sesión de sexo telefónico. San Calentín lo llamaba ella. Reconozcamos su sentido del humor. Toda esa historia ya parece un fraude. Aunque siga eludiendo algunas canciones. Pero esperaba más vigencia, más resistencia. Y el tiempo, padre de la verdad, parece indicar que la literaturicé en exceso. Masturbar el teclado cuando ataca la soledad, pero sobrevalorando el contenido y el continente. Quizás sea un daño intrínseco del mismo acto de escribir –escarbar. O, para que quede poético, de sentir. Porque encapsular, homenajear ciertas circunstancias, es una simple excusa para seguir quitándote la costra de la herida, impidiendo que cicatrice. La literatura es una puta que finge los orgasmos y de la que sueles enamorarte. Recuerdo el caso de un amigo que sigue, desde hace años, enamorado de una chica con pareja estable. Ella se va a casar, no hay fisuras. Todos le decimos que la intente olvidar, que se aleje y conozca a otras personas, ¿para qué enfocarte en algo que sabes que es irrealizable? Él nos contesta que no puede controlar lo que siente, es un amor platónico, nadie está a su altura, un Werther moderno, Petrarca, Dante. Supongo que nos parece estúpido porque vemos las relaciones como un supermercado de carne, inversión, rendimiento. El tiempo es dinero. No sé, no quiero juzgar. La memoria lubrica el ideal, y eso requiere un esfuerzo, una disciplina. Llámalo amor, obsesión, falta de experiencia, abducción decimonónica, miedo. El miedo suele ser la causa principal de infelicidad. Hoy estaba leyendo la biografía de Bukowski y me acordé de mi ex. Supongo que la soledad retroalimenta cierta nostalgia bien entendida, sin confusiones sentimentales, a fin de cuentas la relación más larga que he tenido, con convivencia incluida, ha sido con Patricia. El caso es que tenía los pies en alto, y me fijé en mis zapatillas, totalmente destrozadas. Y recordé aquél gesto de ternura cuando me sorprendió un día regalándomelas. Son detalles, muchas veces no los sabes valorar porque estás acostumbrado. En ese sentido tuve suerte, era muy detallista. La verdad es que no suelo mostrar demasiada pasión por las cosas, estoy muerto por dentro, sólo pequeños chispazos, de eso hablaba antes con respecto a la bebida. También me pasa con relación al sexo. Puede resultar sorprendente porque supongo que doy la impresión de que estoy obsesionado con ello, pero simplemente lo utilizo como premisa, me permite desnudar las psiques de los protagonistas sin muchas introducciones, sin tener que recurrir a descripciones de escenarios, ropa o situaciones, simplemente diálogo interno, que es lo interesante, sin adjetivación, buscado la metáfora, ¿cómo se comporta en la cama, cómo es? ¿Es generoso, reprimido, con bagaje, seguro de sí mismo, atormentado? Patricia tenía energía para los dos. Nos lo pasábamos muy bien juntos, es una persona con la que es imposible aburrirte, con una conversación inteligente, espontanea, muy polivalente. El problema es que tenemos unos caracteres terriblemente incompatibles, conseguimos sacar lo peor de ambos. No he discutido tanto con nadie en mi vida. Fue un error empezar a vivir tan pronto juntos y encima trabajando en el mismo sitio. Aunque tengo un magnifico recuerdo de Barcelona. De hecho Sant Jordi me parecía una genialidad, con todos esos tenderetes de libros y la gente paseando por la noche con su rosa. Pero todo lo bueno se acaba. A los tres años volví a Madrid por problemas familiares. Y todo se fue estropeando desde entonces. No debí permitir que viniera a vivir a Madrid. Ella seguía enamorada de mí, pero yo no. Tenía que haber sido más sincero. Pero soy un inmaduro y un cobarde. Eso no ha cambiado. Pero lo que quería decir es que al final lo que más se echa de menos –y sucede cualquier día del año-, son esos pequeños gestos de ternura. Aunque sólo sea un simple correo electrónico, un detalle de afinidad, una cena improvisada… Pero dejemos las cosas aquí. Sólo quería desearos un feliz San Valentín. Espero que sepáis disfrutar con inteligencia de este día, aunque no estéis acompañados. Yo tengo un par de libros nuevos, os aseguro que en este momento son los mejores amantes que puedo imaginar. Y si encontráis un par de poemas abandonados en un bar, no paséis de largo: son el regalo de un idealista. Sonreíd.
El conocimiento sin aguante hace más daño que la ignorancia.
Vamos a hacer algo sensato: llorar con cebollas llenas de patas de araña. Tu
capacidad para vivir mejora tu capacidad para escribir. No hay otra manera.
Identificaros con vuestra Vagina, aunque sea con la ayuda de un espejo, es
vuestro único legado nemotécnico. Rachmaninov. Pensar es más peligroso que
follar sin condón. ¿Te preocupa la otredad, la alegría del idiota? Millones de
seres sin pudor hablando del frío en invierno, del calor en verano, sin ir más
allá, con esa hermosa inercia de los muertos, muéstrate compasivo con ellos, son
los que mandan. Televisión, Trepanación, Sodomización. ¿Cuántos anuncios han
visto hoy?, ¿Más de un centenar? La publicidad no crea necesidades, pero sí
deseos artificiales. Si alguien sabe la marca de su papel higiénico que se
largue de aquí. Poseo el alma de una cucaracha apática, pero cuando el alcohol
se solidifica en mi cerebro puedo incluso mirarme en los espejos, cantar tu
nombre sin que sea veneno para hormigas, explicarte que es un día de lluvia sin
ti. Ojalá siempre estuviera borracho. Pero es una victoria breve, luego se
convierte en una cortina de vómito y un retrete que me mira con la expresión de
una madre muerta.
Y sigo con este vaso simbólico en la mano lleno de cenizas
entrañables, entre lo cómico y lo fútil, consiguiendo huir de la ecuación
común, de la muerte antes de la muerte, fijando la palabra con neones de fraude,
protegiendo una piel muy fina, como una queda desesperación, como bostezar
cuando hay que gritar, buscando la eutanasia en tus bragas sucias bajo mi cama,
en tus besos sin pasión -¿o eran los
míos?-, basculando entre la nada y la nada, sin levantar la mirada del
suelo cuando salgo a la calle, sin expresar la necesidad de que me completen,
sin ideales. Sin embargo me afecta utilizar la palabra única para bajarte las bragas a
la altura de las rodillas, desnudarte, y que todo eso no signifique nada, solo un amago sobrevalorado. No eres tú.
Nunca lo has sido. Nunca podrás serlo. Yo solo soy un destello lírico en el
pliegue, como una mancha de sombra, de tu falda cuando te alejas. Y nada más.
Hay que vivir el presente, aunque a veces solo sea nostalgia
bien entendida, como escuchar de nuevo The
Wall, de Pink Floyd, recordando las letras. O releyendo un buen libro.
Quizá un clásico. El problema de empezar demasiados libros malos -basuras como Vive como puedas-, es que te hace
renunciar a buscar algo que te emocione realmente. Como descubrir que existe
una nueva biografía de Bukowski y tener solo dos segundos de duda. Me llegará precisamente el día de San
Valentín -sí, yo también creo que tengo un asunto sexual con él sin resolver. Integrarte
en ese presente puro que hace que el sufrimiento, el peligro de colapsar como
individuo debido a la explotación laboral u otros problemas, se vea un poco aplacado. Solo tienes que buscar algo en tu interior que te emocione, no tiene
que ser nada sexual -como convertir la cara de Irene Adler en lienzo improvisado
para mi orgasmo-, simplemente cualquier cosa a la que des un valor real o trascendente.
Hay un cuento de Stephen King -El Procesador de Palabras de los Dioses-, que trata de como a un
hombre le regalan un procesador de textos y todo lo que escribe en él se hace
realidad. Es una metáfora con talento del poder de la literatura, pero también
de cómo podemos transformar la realidad sin el contexto adecuado. Como la
imagen de un neumático rodando lenta y silenciosamente hacia abajo por una
pradera verde, un pequeño e inesperado milagro estético que observas extasiado
mientras comes un sándwich de pollo en armonía con la naturaleza. Como clavar
al puñetero Jesús en la cruz un día de tormenta. Como esa brisa que mueve su
melena azabache mientras transpiráis sexo y proximidad. Pero no hablamos de un
atentado terrorista con coche bomba que deja veinte muertos y proyecta partes
mutiladas por todas partes, incluida esa pradera, no hablamos de curas violando
niños mientras piden perdón con una sonrisa delante de una cruz de plata, del
olor a estiércol que trae consigo esa brisa…
En cualquier momento te puede dar un infarto cerebral, o
un día te despiertas, con la cara abotargada y surcada de arrugas, y apenas te
reconoces en el espejo del baño. Intentas desviar la mirada también del bote de
viagra que compraste anoche, cuando por fin asumiste que ya no se te levanta
normalmente. Y miras al jodido conejo enano cagando tranquilamente en su jaula,
todo parece normal, pero ha pasado demasiado tiempo desde la última vez que oíste
un te quiero. Ahora, simplemente,
combates la soledad dejando dinero en una mesita de noche.
Recuerdo que cuando tenía unos trece, catorce años,
estuve a punto de morir dos veces. Morir. Tal y como suena. Las dos situaciones
fueron muy patéticas. La primera vez fue en Alicante. Mi abuela vivía allí e
iba a verla un par de meses en verano y en algunas fiestas, tipo Semana Santa.
Tenía cierta libertad y, aunque resulte extraño, tenía amigos. Antes era muy
sociable. Formábamos un grupo bastante heterogéneo, cada uno con sus
singularidades, pero todos intentábamos mantener el contacto y acudir siempre en
verano como mínimo. Al tema. Era ya de noche, habíamos conseguido algo de
alcohol porque uno de ellos tenía ya dieciséis, yo, por aquel entonces, no
entendía porque la gente bebía (¿?) y ni siquiera quería probar la cerveza. Debíamos
de llevar allí un par de horas cuando alguno decidió que rodeásemos la cala
nadando y fuéramos a la playa de al lado, también sugirió que podríamos
tomarnos un descanso a la mitad y trepar por las rocas que rodeaban las dos
playas para tirarnos -sí, seguro que producto de estas
mamarrachadas alguno se quedó como Ramón Sampedro. Para no alargar mucho el
tema ya os podéis imaginar lo que sucedió. Cuando iba por la mitad, bastante
retrasado ya porque no sabía nadar muy bien, me dio un calambre. Les llamé a gritos, pero
no me hicieron el menor caso. Intenté como mal menor acercarme a las rocas, pero como hay que
tener cuidado con lo que deseas una ola me empujo con excesiva fuerza y me abrí
una brecha en mitad de la frente. Son de esos momentos en los que dices “Joder,
que ni siquiera he echado un polvo, no seamos tristes”
O sea que me hundí, tragándome medio océano en el
proceso. Lo siguiente que recuerdo es despertar vomitando en la playa rodeado
de gente, y no reconocer entre ellos a ninguno de mis muy, muy, queridos amigos.
La segunda vez fue mucho más triste. Como una vez
comenté, mi abuelo tuvo una trombosis y quedó reducido a un estado vegetativo.
Había que afeitarle, asearle, vestirle y darle de comer, ocuparse en definitiva
de sus necesidades más básicas. No hablaba y caminaba arrastrando los pies, no
tenía ni siquiera chispazos de conciencia, o al menos yo, quizá ya acostumbrado
a verle siempre así, no me percataba de ellos. El caso es, y todavía me río al
recordarlo, que estábamos solos una tarde. Mi abuela era frecuente que se
ausentara y me dejara a su cargo. No sé qué provocó la situación, supongo que
le irrité cuando le vestía, o cuando le cambié el pañal, ni idea, era un crío bastante
inaguantable. Le di un momento la espalda y me puse de rodillas
a recoger las cosas del suelo para dejarlas encima de la cama, y fue ahí cuando tuvo la ocurrencia de sentárseme encima. Y dio la puta casualidad que dada la
posición me aplastó la cara contra la cama. Yo al principio me reía, le
increpaba. Luego claro, me lo imaginé ahí arriba con la mirada perdida e
intenté levantarme. Flexioné las rodillas e intenté encontrar algún punto de apoyo
con las manos. Mi abuelo pesaba más de ochenta kilos, y todo ese peso estaba sobre mi torso y mi cabeza. No conseguí moverme. Empecé a gritarle, a llamarle de todo,
a suplicarle. Nada. Me asusté, no podía apenas respirar, ¿podía sucederme algo
más ridículo? El colchón se abombaba por el peso y no podía ni siquiera girar
la cabeza. Intenté de nuevo, con las últimas fuerzas que me daba la
desesperación, moverme un poco, aunque solo fuera para coger algo de aire. Nada, casi juraría
que hacía más presión con su cuerpo sobre mí. Me iban a encontrar muerto en esa
cama. Iba a morir. Y ese pensamiento hizo que me echará a llorar. De miedo. De
impotencia. Por la forma absurda que tenía la vida de demostrarme el sinsentido
de todo. Y justo cuando empezaba a desmayarme, mi abuelo se movió, ¿quizá
sobresaltado por mi llanto continuado? Nunca lo sabré. Simplemente, sin salir
de su mutismo habitual, se levantó y se fue a otra habitación. Ni siquiera me
miró.
Me deslicé hasta el suelo boqueando como un pez, con un
intenso dolor detrás de los ojos. Al rato me giré y miré al techo, este mismo
techo que ahora me mira a mí mientras escribo. Nada había cambiado, nada
hubiera cambiado tampoco si no se hubiera levantado. Todo tenía su propio ritmo, y en ese momento me sentí totalmente ajeno a el.
Al final es cuestión de soledad, como siempre, de basura psíquica, como siempre, de morir o querer ser salvado, como siempre.
Me acerco al famoso puente de los suicidas de Madrid, más
como propósito de enmienda que como una decisión guiada por la lógica. Me he
traído unas pastillas y una pinta de vodka, por si al final me animo. Asumo que
si calculase bien me harían efecto en media hora y sentiría la caída y
posterior reconfiguración de mi cuerpo como algo ajeno. Les pido a unos borrachos
que me ayuden a pasar las barreras de plástico que ha instalado el ayuntamiento.
Gente amable, me sonríen y me guiñan un ojo al despedirse. Estoy ahí, apoyado en la balaustrada, sin pensar en nada concreto, quizás en lo que comí ayer o en chorradas semejantes sin ningún vigor metafísico, cuando suena el móvil. Un buen momento para reconsiderar la
paranoia del Show De Truman, espero
que al menos la audiencia sea buena.
Es un número desconocido. Mil cábalas, ¿Quién me puede
llamar a las dos de la madrugada entre semana? ¿Será ella? Quizá se le estropeó el
teléfono, perdió mi número, quizás haya reconsiderado todo y se ha dado cuenta
de que soy el hombre de su vida, quizás…quizás debería de coger el teléfono y
dejar de actuar como un gilipollas.
R: “¿Hola?”
Voz chunga distorsionada: “Hola, soy el representante de
los anónimos de Blogger, que sepas que vamos a por ti, has moderado los comentarios
pero eso no nos va a detener, tenemos enfocado toda nuestra no-vida y toda
nuestra incapacidad para escribir algo decente en bilis radiactiva, esto ya es
personal maldito bastardo, la censura es delito”
Cuelga.
Joder... Irene Adler no me ama -cosa normal, sino ella no sería quien es, una paradoja estilo Cortázar- y encima represento la némesis de la única forma de vida inferior a las
cucarachas. Mierda. Ahora sí que tengo deseos de tirarme...
De pronto el destello de una bofetada. Un gañán de
gimnasio que no llega al metro y medio –creo que debería de haber un estudio
entre la relación entre complejos físicos y daños morales a tu pareja- está
abofeteando con saña a una mujer al otro lado del puente.
Pigmeo Gañán: “Eres una puta, no voy a esperar a llegar a casa
para darte tu merecido”
La agarra del cuello y la tira contra suelo.
No entiendo nada, es surrealista.
R: “Oye tú, hijo de perra sifilítica, si vuelves a tocar
a esa mujer, salgo de aquí y te machaco”
El tipo hace caso omiso de mi advertencia, forcejea con ella en el suelo e intenta darle una patada en la cabeza. Mierda. Me agarro a los paneles y salto con la mayor de las torpezas cayendo de culo. Intento recordar mientras me incorporo mi entrenamiento Jedi y activar mis midiclorianos. Un par de escenas de Way of the Dragon de Bruce acuden en mi ayuda para darme confianza. Estoy preparado para luchar con el pigmeo.
Cruzamos un par de ganchos, pero es una lucha ridícula,
yo solo consigo golpearle en su cabeza con forma de yunque y él parece que solo
tiene intención, excusándose en nuestra diferencia de altura, de golpearme en los testículos.
Al final consigo engancharle un par de veces y, cuando pierde el equilibrio, culmino con una serie elegante de patadas en las costillas. La música de la
Naranja Mecánica resuena en mi cabeza. Una…dos…tres… Soy Charles Bronson. Soy
Clint Eastwood. Soy Gene Ke…
De pronto alguien me da con una piedra en la cabeza.
R: “¿Pero qué cojones…?
Mujer anteriormente abofeteada, ojos del color del cielo
después de una tormenta: “¡Tú, maldito imbécil! Quién te has creído que eres
para pegar a ¡¡MI HOMBRE?!!”
Todo es absurdo, ella me sigue insultando a gritos, intenta
golpearme con otra piedra. Luego ayuda a levantarse a su amor, saca el
móvil y llama a la policía.
Salgo corriendo de allí, aturdido aún por la herida en la cabeza. Supongo que para algunos no hay tanta diferencia entre
follar y los malos tratos, simplemente la cadencia del amor a veces la produce
el cabecero de la cama y otras la cabeza de ella golpeando la pared.
Una mala noche para suicidarse, habrá que volver a casa. IPod.
Pienso en el final censurado de First Blood -la primera de Rambo. Después del dialogo donde recuerda a su amigo en aquél bar, coge su arma, se la mete en la boca, y se pega un tiro delante del coronel Trautman. Sé que no es una buena reflexión para
finalizar, pero si has llegado hasta aquí, ¿Qué importa? Echemos la culpa a las
dos botellas de vino, pensad en mi resaca de mañana, en mi musa escupiendo partes
cada vez más grandes de mi cerebro sobre el teclado, convirtiéndome poco a poco
en alguien normal. (¿De qué queréis que
escriba el próximo lunes? Acepto sugerencias…) En cualquier caso, como decía Kurt Vonnegut "La vida no es forma de tratar a un animal"
“Se la metí y
tampoco fue para tanto. Así es como la vida te demuestra su fracaso, anhelos deshilachándose
entre las nomenclaturas estériles de nuestros gemidos.”
Es una buena frase de servilleta. Me gusta este anzuelo para
ti, mi lector, creo que es básico intentar que sintáis algo, aunque sea asco,
desde la primera línea, es la única razón lógica que me impulsa a quitar la
música, abrir otra botella, y vertebrar toda mi locura sobre el teclado.
Buscando la metáfora del orgasmo en la sonoridad musical de las palabras,
buscando esa pausa de talento que rompa tu imperturbabilidad. El Marqués de
Sade escribía desde el manicomio por pura necesidad, lo único que le excitaba
eran sus textos, Bukowski para permanecer cuerdo. Una mezcla de esto, quizás
ahuyentar la diacronía, la soledad, el miedo.
Fundido en negro. Acción.
Estoy en un bar bebiendo de madrugada, cosa insólita,
porque no me gustan estos escenarios, no tolero la compañía. Pero aquí la gente viene a estar sola, huyendo del
asco, de esa cocina a oscuras donde bebes mientras escuchas el siseo del
quemador de gas abierto. Estaba pensando que el derecho al suicidio es más noble
que el derecho a amar, por perdurable, por el simple hecho de que de que solo
te puedes suicidar una vez, pero amar, eso es repetitivo, constante, te mutilas
para sobrevivir, pero sigues adelante. De todas formas muchos ya estamos
muertos, ostentamos un simulacro de vida, el hecho de no estar en un ataúd con
dos metros de tierra por encima es solo un detalle sin importancia. Los gusanos
empezaron primero con los sueños. Y tu inocencia. Lo sé, estuve ahí. Como hablar
sin que nadie te escuche. Cada vez más difícil la tarea de
inventarte/levantarte un día más, al absurdo de trabajar, de moverse, de respirar,
de tener planes que no sean el presente puro, imbuido en el Ennui. Pienso en mi
padre, ese ser intangible que no conozco, arrastrando su vida ajeno a mí. Es
difícil vivir sin una figura paterna, sin ningún ejemplo cerca de ti. No
sientes pertenencia, no sabes realmente cómo comportarte, imitas como hacen
todos, pero tú, sin embargo, te sientes un fraude, te cuestionas cada acto.
Eres como esas escenas eliminadas en las películas que aparecen como extras en
el dvd. Y entiendes esa decisión porque lastran, porque rompen la buena
continuidad de la trama, innecesarias. Un error. Mi madre debería de haber
abortado.
De pronto siento su mirada atravesándome al otro lado de
la barra. Es del tipo de mujer que provoca guerras, siglos y siglos de hombres
matando, muriendo por algo así. Labios entreabiertos, pechos perfectos para las
manos de un hombre, esbelta, bien proporcionada, elegante aunque deje ver un
muslo enloquecedor de forma casi casual. Zapatos de tacón alto que la encumbran
como una figura de mármol. La invito una copa. Se llama Helena. La conversación
fluye.
Llegamos a su casa. Parece que vive sola. Un piso
pequeño, dos habitaciones. Hay pocos detalles personales, ni siquiera una foto,
como si estuviera de paso. Aun así transmite cierta calidez, sensación de hogar.
Desaparece en el baño durante un rato. Tiene muchos libros, aunque todos
parecen nuevos, sin uso. Cuando sale lleva un albornoz y el pelo recogido. Se
sienta en el sillón junto a mí con las piernas cruzadas y pone música en su
portátil. Seguimos bebiendo, la conversación no languidece, simplemente
flotamos en los silencios, magnetizados por los pequeños gestos, es un baile
donde cada uno interpreta su papel. Ella actúa como un gato, perezoso,
impredecible, sin traslucir demasiado, manteniendo el misterio, hasta que finalmente
decida acabar con su presa. Yo me refugio en el adalid del caballero romántico
mantenido cierta distancia, pero realmente lo hago porque no creo que se me
vaya a poner dura. Estoy demasiado intimidado, agarrotado. El hueco que ha
dejado mi autoestima me hace creer en la magia cuando descruza las piernas y se
acomoda más cerca de mí. Cada vez bebo con más ansiedad.
El accidente se acerca cálido y sensual, su aliento me
cosquillea la oreja y el cinturón de seguridad de su albornoz cae al suelo. Nos
besamos, sus pechos caben perfectamente en la palma de mi mano como pensaba, le
deslizo parte del vino por la boca para envilecernos más. Está totalmente
desnuda, y empiezo a lamerla, tiro suavemente de los pelos de su pubis mientras
acaricio con la lengua sus labios. Me acerco a su clítoris, quizá sea demasiado
pronto pero necesito adorarlo, pongo la punta de la lengua dura y me enrosco a
él mientras uno o dos dedos entran en su coño sonrosado. Escucho sus gemidos,
aún conservo ciertas pinceladas del talento a lo Van Gogh aquí abajo, succiono
su clítoris bañándolo dentro de mi boca con saliva y juego con la lengua,
moviendo en espirar, de un lado a otro. Me aprieta la cabeza con las piernas,
no puedo escucharla, pero noto como tiembla, como acompasa los movimientos de
mis dedos con su cuerpo. Joder, estoy cachondo. Muy cachondo. Aumento el ritmo
y se corre en mi boca entre pequeños espasmos.
Quiero metérsela ya, pero no me deja, primero me la
quiere chupar: “Eres una zorra agradecida, así me gusta”
Ella asiente con placer, es de esas que le van el rollo
sucio y encima te la chupan mirándote a los ojos. Sigo bebiendo, empiezo a
sentirme algo descontrolado. La besuqueo un poco y fricciono mi polla contra sus
tetas. Tiene un cuerpo magnifico. Sigue dándole durante varios minutos, y se
toca mientras lo hace. Me hace un buen repaso en los bajos, me acaricia los testículos
con la fruición de puta de elite.
La pongo a cuatro patas, le cojo las manos por la espalda
y con la izquierda le empiezo a meter el pulgar por el culo. Dejo que mi polla
tantee y se vaya abriendo camino. Encuentra la abertura y entra. Un coño excelente,
prieto y húmedo. Dejo que mi polla se acomode sin moverme. Ella se contonea
pero sigo quieto. Un pequeño truco. Después, retiro la polla, espero, y vuelvo
a meter la punta y una pequeña parte del rabo lentamente.
Helena: “Venga, por favor, fóllame. Por Dios”
Sigo magreándole el reborde, sacando la punta y
volviéndosela a meter lentamente. Me grita, pero está más cachonda que nunca, a
punto de reventar. Al final empiezo a follármela duro. La trato como una
muñeca, sin sacarla la tumbo y nos ponemos de lado, luego la levanto y me la
coloco encima. La verdad es que sabe moverse, pero quiero alargarlo lo máximo
posible. Al final no puedo más, me pongo encima y la incrusto contra el
cabecero de la cama con diez o doce embestidas que nos dejan sin aliento.
Me palpita la polla, desde luego la chica sabe apretar. Va
un momento al baño y casi me quedo dormido, no siento esa necesidad de huida o dejadez.
Cuando vuelve me da un leve beso y se acuesta dándome la espalda. No se ha
puesto las bragas y cuando escucho su respiración relajarse me aprieto contra
ella, la tengo medio dura. Follo bien, pero me dejo llevar por la emociones. No
tengo término medio. Quiero volver a entrar en ella pero no me atrevo a
despertarla. Me levanto, sigo bebiendo una hora más. Al final me quedo dormido
en el sofá.
Cuando despierto ha dejado una nota, deja clara la necesidad
de mi ausencia cuando vuelva del trabajo. Mierda, tendría que haber intentado
ese segundo polvo.
Estoy horriblemente cachondo, a pesar de mis treinta y
cuatro hay ocasiones en las que tras una borrachera me despierto con una
erección dolorosa, molesta, inaudita. Como si volviera a ser un adolescente con
poluciones nocturnas. Veo esta enorme verga y me asusto a mí mismo, joder, que
potencial, que enorme masa de carne desperdiciada frustrada por las veleidades
femeninas. Un milagro palpitando con vida propia, ¿Qué puedo hacer?
De pronto veo su zapato rojo de tacón, increíblemente
erótico. Soy un hombre de pechos, pero reconozco que un buen culo realzado por unos
tacones es irresistible. Meto mi polla en él y empecé a frotarme, me lo empiezo
a follar, quiero que disfrute, que se corra conmigo. Lo giro, me fricciono con
la tela del empeine. Sigo así un buen rato hasta que vislumbro un fogonazo de
color debajo de su cama: sus braguitas. Dios existe y soy su elegido. Las
recojo y me tumbo en la cama. Primero las huelo, y ya embriagado empiezo a
masturbarme con ellas. Resulta glorioso, nunca había eyaculado tanto en mi
vida. Joder. Estoy totalmente vacío, mis pelotas has descargado toda su funcionabilidad
por semanas. No hay nada más hermoso como regalo de despedida, como prenda de
amor, que unas bragas empapadas, encharcadas de semen.
Pero me sobrecoge la tristeza. El orgasmo masculino te
convierte en un nihilista físico, las mujeres siempre quieren más y más pero a
nosotros nos sobrecoge la necesidad de huir. Supongo que ahora ya solo queda
volver al viejo placer del cinco contra uno mientras escucho los lamentos
espartanos cayendo por el precipicio de la soledad. Mierda.
De pronto Noemi abre la puerta. Joder. Nos ahorraremos
los gestos de sorpresa y los diálogos estúpidos, esto se ha convertido sin mi
permiso en un post erótico. Es la hermana de Helena y representa ciertas
fantasías con mujeres pseudo intelectuales.
Se empieza a desnudar y en los matices se nota lo desaprovechada que esta. Esto le sucede a muchas, no
hay mujeres excepcionalmente feas, simplemente no se sienten deseadas, nadie se
las ha follado con la intensidad adecuada y se abandonan al desaliño estético,
subliman toda su libido reprimida volcándose en su carrera profesional, sus dos
gatos y en desarrollar un nulo sentido del humor los domingos por la tarde. Un
mal endémico. El caso es que la tengo desnuda ante mí, desgraciadamente no sabe
chupar una polla, aunque lo considero una torpeza normal. Pero tiene un
clítoris enorme y no se queja cuando la introduzco tres dedos por el culo.
Porque seamos sinceros, después de la pequeña epopeya con la ropa interior de
su hermana lo único que me pone cachondo es saber que la voy a sodomizar. Y
ella supongo que está harta de escuchar a su hermana follar al otro lado del
tabique y se va a mostrar complaciente.
Me la follo un poco con la lengua, y ella empieza a poner
en marcha mis improvisadas lecciones de garganta profunda. Podríamos
enamorarnos sin llegar a mirarnos a la cara, solo intercambiando placer. Pero
lo cierto es que me encantan sus pechos, grandes, enormes, increíbles, los
chupo, los froto contra mi polla, me masturbo con ellos, los muerdo…sus pezones
se convierten en dos nuevos clítoris. Joder, ya no es una mujer, son dos pechos
que llenan toda la habitación con su carne. Pero todo lo bonito acaba y Noemi
coge mi pene y se lo mete. Aquí ya no entran técnicas, da igual, no voy a
conseguir correrme, me limito a alargar la mano hacía la botella y a esperar.
En el fondo todo esto tiene algo de vulgar, de ingenuo, de ridículo. Un
trámite, ¿Qué somos? Simples animales que se masturban ante los espejos que
crea la naturaleza, solo hemos cambiamos el nombre del juego. Pero ya sabes cómo
son las mujeres, tienen ego, se percatan de todo. Noemi se posiciona arriba,
balanceando con deleite sus tetas, sube hasta dejar aparecer el glande y luego
¡Pam! baja con fuerza. Prácticas peligrosas para la integridad de mi pene. Pero
mira, que cojones, la chica merece toda mi implicación, que encienda la luz
–metáfora- y me deje llevar. A los cinco minutos ya estoy corriéndome con tanta
intensidad que casi me ahogo dentro de ella. En el fondo es un ejemplo claro de
lo pequeños que somos en comparación con las mujeres. Son tan superiores que
solo es cuestión de tiempo que la esclavitud se imponga, y por mi parte genial:
me vendo por un par de orgasmos.
Me descabalga y pregunta por el condón mientras se pone las
bragas. Ahí asumo que el romanticismo ha acabado. Bueno, así son las cosas. Me duele
la polla, tengo el vientre empapado por sus flujos, este es sin duda el olor
de la victoria, no el napalm. Me levanto, y nos despedimos. No le doy ningún
beso, no sé por qué. Supongo que me hubiera gustado ser ese alguien especial
que la ame, la orgasme durante medio siglo, no quiero terminar en una
habitación fría y desahuciada convertido en comida para perros. Pero quiero el
pack completo, quiero, al menos al principio, estar “hasta las trancas”,
enamorado. O como queráis llamarlo. O
sea que me visto mientras ella se ducha. Cojo el IPod, busco la impostura, le
robo un cigarrillo aunque no fume y le dejo en una servilleta un par de
estrofas de Nick Drake como despedida, a fin de cuentas ella me ha dejado
entrever parte de su misterio. Salgo por la puerta en busca de algún bar, como
una estúpida epanadiplosis, pero me rindo ante el frio siberiano y cojo un
taxi.
Madrid es una puta, eso lo sabemos todos, insensible,
sifilítica, una vagina demasiado grande y reseca en la que es imposible
disfrutar. Barcelona me agrada más. Y las catalanas. A pesar de las malas
experiencias. La vuelta a casa es mortal, estúpida, irreal. Llego a casa y cojo
la botella de vino, sé que la resaca va a ser brutal pero no puedo evitarlo.
Pongo a Beethoven de fondo e intento follarme al suicidio. Como decía Bukowski:
el aguante es más importante que la
verdad. Solo es un poco de soledad intrascendente, estupidez trasnochada
que busca algo en el contexto
equivocado. Os utilizo en mi error.
Divago sobre mis muñecas y pienso ¿Por qué no? Y aunque no me gusta el dolor me corto. Un poco. El
antebrazo. Nada serio. Y es divertido. Me quita el aturdimiento. Dolor físico
mejor que emocional. Estoy loco. Estoy solo. Es lo mismo. El silencio es
tóxico. Pongo Radiohead. Y pienso en Laura, Patricia. Domi, María, Alba.... En todas ellas. O quizás en ninguna, y sólo me masturbe con
el concepto de su posibilidad porque su realidad me terminó aburriendo en el
pasado. Todo es un hermoso y estúpido fiasco, como tú, buscando cariño mientras utilizan sin piedad tu romántico
coño como un kleenex usado. No puedo ayudarte en eso tampoco. Soy alguien
confuso, quizás enfermo, que levanta su mano derecha adoptando la forma de un
arma y apunta a la luz de tu sonrisa.
Me voy a la cama. Hoy no existo. Aún hay demasiada luz.